Tu palabra: Alegría de mi
corazón, luz para mis pasos
Fernando Armellini
Introducción
El Dios de Israel “lo dijo y
existió” (Sal 33,9). Los ídolos Tienen boca, pero no hablan” (sal 115,5). Por
esto son incapaces de socorrer, de proteger, de realizar prodigios.
Las
palabras del hombre pueden ser “discursos vacíos” (Job 16,3), la de Dios es,
por el contrario, “viva y eficaz” (Heb 4,12). Es como la lluvia y la nieve que
descienden del cielo y no regresan sin haber regado la tierra, sin haberla
fecundado y hecho germinar (cf. Is 55,10).
No
actúa de modo mágico, sin embargo, está dotada de una energía irresistible y,
cuando cae en un terreno fértil, cuando viene escuchada con fe, produce efectos
extraordinarios: “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”
(Lc 11,28).
El
lugar privilegiado para esta escucha es el encuentro comunitario.