Pestañas

XXV Domingo del Tiempo Ordinario – Año C


Administradores, no dueños
P. Fernando Armellini

 Introducción
           Salmo 24 – “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes”. El hombre es un peregrino, vive como un extraño en un mundo que no es suyo. Es un trotamundos que atraviesa el desierto. Es dueño de un lote de terreno tanto como sus pies pueden pisar. Pero lo que está más delante ya no es suyo.
    No somos propietarios sino solo administradores de los bienes de Dios. Esta es una afirmación insistentemente repetida a menudo por los Padres de la iglesia. Recordamos uno, Basilio: “¿No eres acaso un ladrón cuando consideras tuyas las riquezas de este mundo? Las riquezas te son dadas sólo para administrarlas”.
          El administrador es una persona que aparece a menudo en las parábolas de Jesús. Tenemos uno “fiel y prudente” que no actúa arbitrariamente, sino que utiliza los bienes confiados a él según la voluntad del propietario. Y tenemos otro que, en ausencia del Señor, se aprovecha de su posición “y se hace el dueño”, se emborracha y deshonra a los otros sirvientes (Lc 12,42-48).
          Está el administrador emprendedor, que se compromete, tiene la valentía de arriesgarse y consigue beneficio para el dueño; y otro que es un vago y un perezoso. Pero el más vergonzoso es el administrador sagaz del que se habla en el Evangelio de hoy.
          El señor pone un tesoro en la mano de cada persona. ¿Qué hacer para administrarlo bien?
 * Para interiorizar el mensaje, repetiremos: “No apegues el corazón a las riquezas, incluso si abundan”.

Primera Lectura: Amós 8,4-7
 Escúchenlo los que aplastan a los pobres y eliminan a los miserables; 5ustedes piensan: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender trigo o el sábado para ofrecer grano y hasta el salvado de trigo? Para achicar la medida y aumentar el precio, 6 para comprar por dinero al indefenso y al pobre por un par de sandalias. 7¡Jura el Señor por la gloria de Jacob no olvidar jamás lo que han hecho! – Palabra de Dios

          San Juan Crisóstomo –un padre de la iglesia del siglo IV– escribió una página memorable sobre la manera en que una persona puede enriquecerse. Se podría resumir en una frase: “El rico es ladrón o hijo de ladrones”. Es una afirmación provocativa, quizás demasiado drástica, sin embargo el texto que se nos propone hoy como primera lectura parece confirmarlo.
          Estamos en el año 750 a.C. e Israel está en su máximo esplendor. Su territorio se extiende desde Egipto hasta las montañas del Líbano, donde enormes cedros crecen y cuya madera se utiliza en la construcción de naves y palacios. Se introducen nuevas técnicas agrícolas que aumentaron la producción. El rey Jeroboán II –un sagaz político– favorece el intercambio comercial, establece amistad con los pueblos vecinos y tiene oportunidad de vender vino, aceite y cereales a buen precio a los grandes terratenientes.
          La religión también está de moda: los templos están llenos de devotos y peregrinos que van a rezar y ofrecer sacrificios. Los sacerdotes son asalariados por el soberano y se les paga bien. No queda más que agradecer a Dios para que los bendiga y dar gracias al rey por tanta prosperidad y fervor.
          Pero aparece un hombre que no se une al coro que elogia la política de Jeroboán II: es Amós, un pastor de Tecoa, una ciudad situada en la periferia del desierto, al sur de Belén. Explota en invectivas y terribles amenazas, porque—dice—es cierto que hay bienestar y riqueza en el país, pero sólo para unos pocos. Se explotan a los pobres de la tierra y contra los más débiles hacen toda clase de injusticia y abuso. “Venden al pobre por dinero y al pobre por un par de sandalias; revuelcan en el polvo al débil y no hacen justicia al indefenso” (Am 2,6-7). “¡Ay de los que convierten la justicia en veneno y arrastran por el suelo el derecho, odian al que juzga rectamente en el tribunal y detestan al que testifica con verdad!” (Amos 5:7. 10).        
          El Profeta dirige sus acusaciones contra Jeroboán II, contra los sacerdotes, los terratenientes y los ricos. En el pasaje de la lectura de hoy, ataca a los comerciantes: “Escuchen esto los que aplastan a los pobres y eliminan a los miserables” (v. 4). ¿Cuáles son sus fechorías? Compran los productos de la tierra de los agricultores pobres y los revenden a otros más pobres a un precio superior, “por haber pisoteado al pobre exigiéndoles un tributo de grano” (Amós 5,11). ¿Cómo acumulan riquezas? Como siempre ha sido hecho, desde el comienzo del mundo, robando.
          Amos describe en detalle la técnica que utilizan. Durante la semana la gente normal aguardan para elevar su mente a Dios, para descansar, para reunirse con amigos y familiares y celebrar el día de reposo el Sábado. Los comerciantes en su lugar no están interesados en la fiesta, el Sábado y la luna nueva, porque en esos días el comercio está bloqueado. Ellos no podían esperar la hora de que pasara el Sábado para reanudar sus ventas de grano y de trigo. Disminuir la medida, aumentar el precio, usar escalas falsas, dejar pasar los productos de desecho como buenos, y lo que es peor “comprar por dinero al indefenso y al pobre por un par de sandalias” (vv. 5-6). Unos cincuenta años más tarde Miqueas se hace eco: “Arrancan la piel del cuerpo, la carne de los huesos…” (Mi 3:2). Parece que oímos las palabras punzantes con las que, en el siglo IV, el obispo Basilio condenó a los usureros de su tiempo: “Explotar la miseria, extraer dinero de las lágrimas, estrangular a la persona que está desnuda, aplastar a los hambrientos”.
          Amós habla de comercio, trucos y trampas. ¿Qué tiene Dios que ver con estos problemas? Seguramente tiene algo que ver y en la última parte del pasaje de hoy (vv. 7-8) el profeta hace claro su pensamiento. Donde no hay justicia, donde los débiles son oprimidos y el sufrimiento ignorado la religión es sólo hipocresía (Am 5,21-24).
          Frente a la explotación de los pobres, el señor está indignado y pronuncia un juramento que nos da escalofrío: “¡Jura el Señor no olvidar jamás lo que han hecho!” (v. 7).

Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8
R. Alabad al Señor, que ensalza al pobre.
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre el cielo;
¿quién como el Señor Dios nuestro
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? R.
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo. R.

Segunda Lectura: 1 Timoteo 2,1-8
 Querido Hermano: Ante todo recomiendo que se ofrezcan súplicas, peticiones, intercesiones y acciones de gracias por todas las personas,2especialmente por los soberanos y autoridades, para que podamos vivir tranquilos y serenos con toda piedad y dignidad. 3Eso es bueno y aceptable para Dios nuestro salvador, 4que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. 5No hay más que un solo Dios, no hay más que un mediador, Cristo Jesús, hombre, él también 6que se entregó en rescate por todos conforme al testimonio que se dio en el momento oportuno; 7y yo he sido nombrado su heraldo y apóstol –digo la verdad sin engaño–, maestro de los paganos en la fe y la verdad. 8Quiero que los hombres oren en cualquier lugar, elevando sus manos a Dios con pureza de corazón, libres de enojos y discusiones. – Palabra de Dios

          En esta parte de la carta a Timoteo que se nos propone hoy, Pablo da disposiciones relativas a la oración en la comunidad cristiana. Recomienda hacer “peticiones, súplicas, oraciones y acción de Gracias por todas las personas, por el rey y los poderosos”. El orden de nuestra sociedad depende de estas personas. Si ellos no cumplen bien su deber, no podemos “llevar una vida tranquila y apacible” (v. 2).
           La oración de la comunidad cristiana es universal. Está dirigida a Dios por los que hacen el bien y el mal, por los amigos y enemigos. En esta oración se muestra el gran corazón de los discípulos, que no acepta hacer distinciones basadas raza, tribu, nacionalidad, posición social y riqueza. De esta manera se reflejan los sentimientos del Padre del cielo “que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (v. 4).      
          Llama la atención las veces que en la lectura que se repite la palabra “todos”.
          El pasaje concluye con una recomendación: “Quisiera, entonces, que en todas partes la gente ore, elevando sus manos…libres de enojos y discusiones” (v. 8). El cristiano no puede orar con manos impuras, con las manos que hacen mal a los hermanos (Mt 5,23-25).

Evangelio: Lucas 16,1-13
 Jesús les decía a los discípulos: –Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes. 2Lo llamó y le dijo: –¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto. 3El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer ahora que el dueño me quita mi puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. 4Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en su casa. 5Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y dijo al primero: –¿Cuánto debes a mi señor? 6Contestó: –Cien barriles de aceite. Le dijo: –Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. 7Al segundo le dijo: –Y tú, ¿cuánto debes? Contestó: –Cuarenta toneladas de trigo. Le dice: –Toma tu recibo y escribe treinta. 8El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz. 9Y yo les digo que con el dinero sucio se ganen amigos, de modo que, cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna. 10El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho; el que es deshonesto en lo poco, es deshonesto en lo mucho. 11Si con el dinero sucio no han sido de confianza, ¿quién les confiará el legítimo? 12Si con lo ajeno no han sido de confianza, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? 13Un empleado no puede estar al servicio de dos señores: porque odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No pueden estar al servicio de Dios y del dinero. – Palabra del Señor

         
Esta parábola siempre ha despertado una cierta vergüenza porque, al parecer, el administrador deshonesto es elogiado y no puede recomendarse a los cristianos que lo imiten. Para entender su significado y dar sentido a todos los detalles, deben establecerse el cómo y cuándo este administrador engañó a su amo.
          La interpretación tradicional admite que la estafa ocurrió cuando, para congraciarse con los deudores, falsificó las figuras de las Letras de cambio. Otros eruditos bíblicos sostienen en cambio que cometió irregularidades antes de ser despedido. Esta segunda hipótesis nos parece más coherente y lógica y es la que seguimos.
          Más que contar una historia, parece que Jesús hace referencia a un acontecimiento de su tiempo. Un mayordomo es acusado ante el gran terrateniente de quien depende por ser incompetente, que devora y dilapida su fortuna. El maestro le llama y le dice lo que oyó de él. Los hechos son tan claros y fuera de toda duda que el administrador no intenta justificarse o inventar una explicación. Fue inmediatamente despedido de su responsabilidad (vv. 1-2). ¿Qué hacer ahora? Él está en problemas, permanece sin salario y debe encontrar cuanto antes una manera para garantizar su futuro.
          ¿Qué hacer? — Esta es la pregunta que muchas personas se hacen en el Evangelio de Lucas y en los Hechos de los Apóstoles. La multitud, los publicanos y los soldados acudieron a Juan Bautista preguntando: “¿qué debemos hacer?” El granjero rico de la parábola se pone a sí mismo, en su largo monólogo, la misma pregunta: “¿Qué debo hacer porque no sé dónde poner mi cosecha?” (Lc 12,17). Los oyentes del discurso de Pedro en el día de Pentecostés se preguntan: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Se trata de alguien que se encuentra a sí mismo frente a una elección decisiva en la vida.
          El administrador deshonesto sabe que tiene poco tiempo a su disposición. Igual que hizo el granjero tonto, el administrador empezó a reflexionar. Él sabe cómo supervisar, pero no es capaz de usar la azada ni humillarse a pedir limosna. “Más vale morir que vivir mendigando” (Eclo 40,28).
          Antes de abandonar el trabajo debe poner las cuentas en orden; muchos deudores aún deben entregar los productos. Lo piensa detenidamente, calcula los pros y los contras, y después de mucho pensar, tiene un destello de genio. ¡Entiendo! –exclama feliz– sé lo que debo hacer (v. 4). No preguntó la opinión de nadie porque él ya conoce todos los trucos del oficio. Sabía cuál era la opción correcta y entra inmediatamente en acción.
          Llama a todos los deudores y pide el primero de ellos: “Cuánto debes a mi amo?” “Cien barriles de aceite”, la persona responde. El administrador sonríe, le da una palmada en el hombro y le dice: “Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta”. La deuda era de 4.500 litros de aceite (el producto de 175 olivos) y se reduce a 2.250. Un ahorro de casi dos años de trabajo para un trabajador. Luego el segundo deudor entra en escena: tiene que entregar 40 toneladas de trigo (el producto de 42 hectáreas de terreno). El mismo escenario: “Toma tu recibo y escribe 30”. Un descuento del 25 por ciento. No está mal.
          En el futuro estos deudores beneficiados seguramente no olvidarán la mucha generosidad y se sentirán obligados a ofrecerle hospitalidad en sus casas. La historia concluye con el maestro, y lo mismo Jesús, alabando al administrador. Actuó con astucia. Habrá que imitarlo.
          Esperamos una conclusión diferente. Debería haber dicho Jesús a sus discípulos: “No deben actuar como este villano; sean honestos”. Pero Jesús aprueba lo que hizo. La dificultad se encuentra aquí: ¿Cómo puede una persona deshonesta ofrecerse como modelo? Antes de explicarlo, deseo señalar que elogiar la astucia de una persona no significa estar de acuerdo con lo que hizo. Me contaron de un ladrón que fue capaz de escapar de prisión abriendo todas las puertas con un simple alambre. Merece un elogio…Era un villano, pero era inteligente (vv. 5-8a).
          Esta dificultad no existe si la parábola se interpreta de una manera diferente. Partimos de la consideración de que si el propietario se había sentido engañado se sentiría muy indignado (2.250 litros de aceite y 10 toneladas de trigo no son cosas pequeñas). Si alaba a su ex gerente significa que en este proceso el dueño no ha perdido nada. Tenemos que suponer que el administrador de la parábola ha renunciado a lo que solía tomar para sí mismo como comisión.
          Me explico: los administradores deben entregar una cierta cantidad a su propietario; pero los administradores podían aumentar la cifra como parte de su ganancia. Esta fue la técnica utilizada por los publicanos para enriquecerse cuando recogían los impuestos.
          ¿Qué es lo que hizo el administrador de la parábola? En lugar de comportarse como un prestamista con los deudores, les dejó el beneficio lo que esperaba tener. Si las cosas fueron así, todo queda claro. La admiración del propietario y la alabanza de Jesús tienen una explicación lógica.
          El administrador fue astuto—dice el Señor—porque entendió que debía apostar: no a las mercancías, productos a los que tenía derecho, que podrían pudrirse o robarse, sino a los amigos. Supo renunciar a lo primera para conquistar lo segundo. Este es el punto. Pronto lo retomaremos.
          Siguen algunos dichos de Jesús relacionados con el uso de las riquezas. ¿Cuáles son las aplicaciones y enseñanzas extraídas de la parábola? La primera: “Los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz” (v. 8).
          Después de haber apreciado la capacidad del administrador, Jesús hace una observación: con respecto a la administración del dinero, hacer negocios e intercambios; sus discípulos (los hijos de la luz) son menos sagaces que aquellos que dedican sus vidas enteras en acumular bienes (los hijos de este mundo).
          Es normal y debe ser así: mientras que “los hijos del mundo” pueden actuar sin escrúpulos (ya que sólo tienen que preocuparse de no ir contra la ley del estado o al menos en no ser atrapados con las manos en la masa), los creyentes cristianos deben seguir otros principios y mantener un comportamiento correcto y transparente. Están prohibidos los subterfugios y los engaños.
          ¿Realmente sucede así? Tal vez hay cristianos que cuando compiten con “los hijos de las tinieblas” en los asuntos económicos, presentan una pobre figura. Y esto es preocupante.
          “Yo les digo que con el dinero sucio se ganen amigos, de modo que, cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna” (v. 9). Esta es la frase más importante del pasaje de hoy. Sintetiza toda la enseñanza de la parábola.
          Sobretodo destacar el duro juicio que el maestro da a las riquezas. Se llama “injusto”, “adquirido de una manera deshonesta”. La razón ya fue indicada por Amós en la primera lectura. Hemos escuchado su explicación sobre el origen de la riqueza. Después de él, una persona sabia del Antiguo Testamento afirmó: “Una estaca se clava entre piedra y piedra, el pecado queda atrapado entre comprador y vendedor” (Eclo 27,2).
          Esto no es una condenación de los bienes de este mundo. Tampoco es una invitación a destruirlas, liberarse de ellas como si fueran objetos impuros. Es una observación: en el dinero amontonado siempre hay alguna forma de injusticia, explotación y apropiación indebida. Jesús enseña el método para purificar las riquezas injustas.
          El administrador es un modelo de habilidad porque tuvo una idea brillante. Si hubiera consultado con sus colegas, quizás le habrían aconsejado que tomara ventaja hasta el final de su posición y aumentar sus ingresos.
          Su solución es diferente: entiende que el dinero se puede devaluar y entonces decide apostar todo en sus amigos. Esta es la sabia elección que Jesús anima a hacer, y asegurar el éxito de la operación: las personas beneficiadas en esta vida siempre permanecerán a nuestro lado y serán testigo en nuestro favor en el día en que el dinero no tenga ningún valor.
          No es cuestión de entregar todo lo que uno posee. Eso sería un gesto insensato, no virtuoso. No ayudaría a los pobres, sino que aumentaría su miseria y favorecería a los perezosos. Lo que Jesús quiere que entendamos es que la manera sagaz de la utilizar los bienes de este mundo es utilizarlos para ayudar a los demás, para hacerlos amigos. Ellos serán los que nos reciban en la vida.
          La última parte del pasaje (vv. 10-13) contienen algunos refranes del Señor. Para comprenderlos es suficiente aclarar el significado de los términos. Lo “poco” (v. 10) “dinero sucio” (v. 11) “las riquezas ajenas” (v. 12) indican los bienes de este mundo que no se pueden llevar con uno. San Ambrosio solía decir: “No debemos prestar atención a las riquezas que no podemos llevar con nosotros. Porque lo que dejamos en este mundo no nos pertenece. Pertenece a los demás”.
          Los bienes del mundo futuro, los del Reino de Dios por el contrario se llaman: “lo mucho” (v. 10), “las verdaderas riquezas” (v. 11) “nuestras riquezas” (v. 12). Esto puede obtenerse sólo por la renuncia, como hizo paradójicamente el administrador de la parábola con todas las mercancías que no cuentan. “Quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo” (cf. Lc 14,33).
          Jesús concluye su enseñanza afirmando que ningún siervo puede servir a dos amos…Dios o el dinero.
          Nos gustaría favorecer a los dos: Dar a Dios el domingo y al dinero los días ordinarios. No es posible porque ambos son maestros exigentes y excluyentes. No toleran que haya un lugar para otro en el corazón de una persona y sobre todo, sus órdenes son opuestas. Uno dice “Compartir los bienes, ayudar a las hermanos, perdonar la deuda de los pobres…”; el otro se dice a sí mismo: “piensa en tus propios intereses, estudia bien todas las maneras posibles de ganancias, para acumular dinero, tienes todo para ti…”. Es imposible complacer a los dos: Dejamos que uno nos rete o creemos ciegamente en el otro.