Amarte es una
fiesta
P. Fernando
Armellini
Boda en Caná de Galilea: Juan 2,1-12
Introducción
Una de las características de las religiones paganas era el
miedo a la divinidad, miedo que se intentaba exorcizar mediante la observancia
meticulosa de prácticas, tabúes, ritos purificatorios. Pablo llama “cárcel” a
esta época en que las personas eran esclavas de los “elementos del mundo”, se
fiaban de “poderes débiles e indigentes” (cf. Gal 4,3-9).
Esta
religión estructurada según los parámetros de la miseria sicológica humana
reapareció en el judaísmo y convirtió éste en una “religión de deberes” que se
concretizaban en una maraña de obligaciones, normas, observancias,
prohibiciones, expiaciones, “que no son más que preceptos y enseñanzas humanas
(Col 2,22-23), poniendo fin al dialogo gozoso con el Dios, padre y esposo, predicado
por los profetas, y marcando así el comienzo de una fiesta de bodas sin vino,
sin alegría, sin arrebatos de amor, sin espontaneidad ni libertad.
El
peligro no ha sido definitivamente conjurado ni siquiera con la invitación de
Jesús a liberarnos de este yugo opresor e insoportable (cf. Mt 11,28).
Nos encontramos con esta relación equivocada con Dios cada
vez que reaparece la religión de los preceptos, del legalismo, de los méritos,
de las amenazas. Es una religión que roba la sonrisa, genera ansiedad,
angustias, escrúpulos, que incluso transforma la fiesta en un deber jurídico.
La fiesta de precepto asocia la alegría del encuentro con los hermanos en el
“día del Señor” a la idea de la obligación y del miedo a cometer pecado mortal.
¿Puede
agradar a Dios sentirse amado por el temor que inspiran sus castigos? Es
urgente restablecer con él una relación de amor esponsalicio y acoger el agua
que Cristo nos ofrece (su Espíritu que nos hace libres), agua que se transforma
en vino, fuente de alegría.
* Para interiorizar el
mensaje, repetiremos: “Como se alegra el esposo por la esposa, así se alegrará
el Señor por nosotros”.
Primera Lectura: Isaías 62,1-5
1Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no
descansaré, hasta que irrumpa la aurora de su justicia y su salvación brille
como antorcha. 2Los pueblos verán tu justicia, y los reyes, tu
gloria; te pondrán un nombre nuevo impuesto por la boca del Señor. 3Serás
corona espléndida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. 4Ya
no te llamarán la Abandonada ni a tu tierra la Devastada, a ti te llamarán mi
Preferida y a tu tierra la Desposada, porque el Señor te prefiere a ti, y tu
tierra tendrá esposo. 5Como un joven se casa con su novia, así te
desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el esposo con su esposa
la encontrará tu Dios contigo. – Palabra de Dios
En la Biblia vienen empleados varios símbolos para
describir el amor de Dios por su pueblo. Él es el libertador, aliado, rey,
pastor…. El profeta Oseas introduce otra imagen –la más expresiva de todas– la
conyugal: el Señor es el esposo, Israel su esposa. Los israelitas han tardado
algún tiempo en adaptarla a su Dios (lo mismo ha sucedido con la palabra
“padre”) porque temían que se fantaseara con aventuras sexuales como las de los
griegos o se imaginaran teogonías como las de Egipto o Mesopotamia. Conjurado
el peligro, esta imagen se convierte en la más relevante para los grandes
profetas, Isaías, Ezequiel, Jeremías. Como un hilo de oro, recorre todo el
Nuevo Testamento.
En
la lectura de hoy, la esposa del Señor es Jerusalén. Reducida a un estado
lastimoso, repudiada por su esposo, humillada, viviendo soledad, la llaman con
sarcasmo: la abandonada, la desbastada (v. 4).
Jerusalén,
la muchacha estupenda, la “primera de las naciones, la princesa de las
provincias” (Lam 1,1), ha perdido su encanto y “se pasa las las noches
llorando; le corren las lágrimas por las mejillas. No hay nadie entre sus
amigos que la consuele” (Lam 1,2).
Así
la han reducido sus infidelidades al esposo. Sus numerosos amantes (los dioses
cananeos, asirios, babilonios) la han seducido y, después de abusar de ella, la
han abandonado y despreciado.
¿Se
ha roto definitivamente su compromiso con el Señor? ¿Qué marido acepta de nuevo
a la esposa infiel cuando ha quedado ya desfigurada por sus vicios?
Al
regreso del exilio de Babilonia, los israelitas encuentran Jerusalén en ruinas
y piensan que Dios ha repudiado para siempre a su ciudad.
El profeta, que conoce los sentimientos del
Señor, sabe que su amor no es como el nuestro “como nube mañanera, como rocío
que se evapora al alba” (Os 6,4), no está condicionado por la infidelidad de su
esposa. Él ama siempre y a pesar de todo. Al pueblo desalentado le promete: Jerusalén
recibirá un nuevo nombre, será llamada mi favorita.
Salmo 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c
R. Contad a todos los pueblos
las maravillas del Señor.
Cantad al Señor un cántico
nuevo,
cantad al Señor, bendecid su
nombre. R.
Proclamad día tras día su
victoria,
contad a los pueblos su
gloria,
sus maravillas a todas las
naciones. R.
Familias de los pueblos,
aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder
del Señor,
aclamad la gloria del nombre
del Señor. R.
Postraos ante el Señor en el
atrio sagrado,
tiemble en su presencia la
tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor
es rey,
él gobierna a los pueblos
rectamente». R.
Segunda Lectura: 1 Corintios 12,4-11
Hermanos: 4Existen diversos dones espirituales, pero un
mismo Espíritu; 5existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; 6existen
actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. 7A
cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común. 8Uno
por el Espíritu tiene el don de hablar con sabiduría, otro según el mismo
Espíritu el de enseñar cosas profundas, 9a otro por el mismo
Espíritu se le da la fe, a éste por el único Espíritu se le da el don de
sanaciones, 10a aquél realizar milagros, a uno el don de profecía, a
otro el don de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, a
éste hablar lenguas diversas, a aquél el don de interpretarlas. 11Pero
todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere. –
Palabra de Dios
Carisma significa don gratuito de Dios y es, por tanto, una
gracia de gran valor; sin embargo, en la comunidad de Corinto reinaba una gran
confusión justamente a causa de los carismas, cuyos agraciados, en vez de
ponerlos al servicio de la comunidad, se servían de ellos para darse
importancia, entrar en competición los unos con los otros y buscar los primeros
puestos en la comunidad, con el resultado de divisiones, envidias, celos.
Entre
todos los carismas, había uno particularmente apreciado: el don de lenguas, que
consistía en la capacidad, durante las oraciones comunitarias, de entrar en
éxtasis y comenzar a balbucear en lenguas extrañas. Algo semejante a lo que
ocurre hoy entre los miembros de ciertas sectas: el ritmo de la música, la
repetición de mantras, la danza, los perfumes, las luces de efectos especiales,
etc., provocan manifestaciones paroxísticas, exaltaciones colectivas en las que
más de uno puede perder el contacto con la realidad, entrar en trance y
pronunciar palabras incomprensibles para los no iniciados.
Había
cristianos en Corinto que solían alabar a Dios a través de estos trances
extáticos. Nada malo en ello, a no ser por los problemas que este modo de orar
ocasionaba; en efecto, los miembros de la comunidad tenían en gran estima este
carisma, considerándolo superior a los demás, y todos intentaban ponerlo en
práctica y quien no lo lograba se consideraba inferior a los otros. Estaba
además la confusión que provocaban aquellos carismáticos hablando todos en
lenguas al mismo tiempo. Pablo interviene y, en el pasaje de la lectura de hoy,
da algunos principios orientativos.
Existen
–dice– numerosos carismas (vv. 4-6). Son diversos, pero provienen todos del
único Padre, del único Espíritu y de Cristo. Si provocan divisiones, luchas y
desordenes, significa que se usan mal.
Todos
reciben dones de Dios. A cada uno le es dado un carisma “para utilidad común”,
no para usarlo caprichosa y desordenadamente, sino para ponerlo al servicio de
los hermanos. La diversidad de carismas es providencial porque permite a la
comunidad estar bien servida.
No
todos los carismas tienen la misma importancia. Existen entre ellos un orden,
una jerarquía que, sin embargo, no viene establecida en base al mérito,
prestigio, honor o a la autoridad que dichos carismas confieren, sino en base a
la utilidad y necesidad que de ellos tiene la comunidad.
En la lectura de hoy Pablo nos da una larga lista de
carismas (vv. 8-10); no los enumera a todos, cita solamente los que interesaban
a los cristianos de Corinto, colocando en primer lugar, los carismas que ayudan
al conocimiento de Dios: la sabiduría que lleva a descubrir sus designios, la
ciencia que ayuda a interpretar las verdades de la fe; después, la fe sólida,
capaz de mover montañas, el don de hacer milagros y el de sanar a las personas,
el don de profecía y el de discernir los varios “carismas” y, finalmente, el
don de lenguas.
Es
una invitación dirigida a la comunidad a reconocer y valorar los dones que el
Espíritu comunica a todo cristiano: son concedidos para favorecer el amor
mutuo, no la competencia.
Evangelio: Juan 2,1-12

A
primera vista, este pasaje parece un simple relato de milagro, aunque se trate
de uno extraño e incluso embarazoso. Hay detalles verdaderamente sorprendentes.
Trato de enumerar algunos.
Juan
narra en su evangelio solamente siete milagros y uno se pregunta ¿es posible
que no haya podido seleccionar otro más interesante? Éste milagro no parece muy
educativo: si los invitados habían bebido ya demasiado ¿para qué
proporcionarles más vino? Los campesinos de África de Norte, al oír este
evangelio, comentaban: “¡Estamos al nivel de Baco!”. San Agustín les respondía:
el agua que viene del cielo hace revivir nuestras viñas y esta agua se
transforma en vino; el milagro ocurre todos los días.
No
terminan aquí las dificultades: aunque hubiera sido necesario ofrecer más vino
¿para qué recurrir a un milagro? Bastaba hacer una colecta entre los comensales
y salir a comprarlo.
Los
primeros discípulos de Jesús habían sido seguidores del Bautista, un asceta que
comía poco y bebía menos (cf. Mt 11,18); ahora, ante tal exceso de vino, en vez
de creer en Jesús, tendrían que haberse sentido “escandalizados”.
¿Por
qué el evangelista ha dado tanta importancia a este episodio? Nos hace saber
que ha sido el primero de los signos realizados por Jesús, ante el cual los
discípulos han creído y dado su adhesión al Maestro. El relato del milagro
termina con una expresión solemne que no aparece en ninguna otra parte del
Nuevo Testamento:
“Jesús manifestó su gloria”. ¿Por tan poca cosa? ¿Por un
gesto que también nuestros prestidigitadores de hoy podrían repetir con éxito?
Parece excesiva, fuera de lugar. Hubiera sido más lógica, más comprensible, por
ejemplo, después de la curación del ciego de nacimiento o de la resurrección de
Lázaro.
Todavía
más ¿por qué no se habla de los protagonistas de la fiesta? La esposa está allí
como si no existiera; el esposo tiene un papel insignificante, no dice ni una
palabra; más importante que los esposos son el encargado del banquete, los
siervos, las tinajas que son descritas minuciosamente (v. 6). Uno se pregunta
¿qué hacen tantas tinajas de piedra en una casa particular solamente para las
purificaciones? No pueden tener un significado simbólico importante porque
materialmente son perfectamente inútiles: el agua podía ser llevada
directamente a la mesa sin tener que llenar previamente las tinajas, doble
trabajo para los pobres siervos.
No
se entiende tampoco por qué se habla de la madre de Jesús sin citarla por el
nombre, exactamente como ocurre al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Si
contáramos solo con el evangelio de Juan no sabríamos que se llamaba María.
Hay
una insinuación misteriosa a la hora de Jesús. Una hora dramática que se acerca
cada vez más y de la que hablará más adelante en el Evangelio de Juan (cf. Jn
7,30; 80,20; 12,23.27; 17,1). ¿De qué hora se trata?
Finalmente:
¿por qué, después de haber dado a su madre una respuesta negativa, un tanto
brusca, realiza el milagro?
¡Demasiadas
dificultades para considerar este relato como hecho de crónica! Detrás del
relato aparentemente simple se esconde un mensaje más profundo.
El
Evangelio de Juan es como un inmenso océano que puede ser contemplado en su
superficie o bien explorado en su profundidad. Desde la orilla nos fascina el
increparse de las olas, el despliegue de las velas, los reflejos de luces y
colores. Las emociones más intensas, sin embargo, están reservadas a quien
tiene la posibilidad de equiparse convenientemente y descender al fondo, donde
le espera las más inesperadas y variantes formas de vida, peces, arrecifes,
corales, algas.
Lo
mismo ocurre con el Evangelio de Juan, hay que bajar hasta el fondo para captar
toda la riqueza de su mensaje. Esto es lo que trataremos de hacer.
En una aldea de Galilea se celebra una fiesta
de bodas. Han llegado los invitados a pasar unos días felices, pero ¡qué
desilusión!: falta el vino e incluso el agua porque –según el relato– las
tinajas están vacías (serán llenadas solo por orden de Jesús). Una situación lamentable,
¡tristeza general! Esta es la superficie del océano. ¿Qué hay en su
profundidad? Para descender debemos prepararnos con el equipo de buceo que nos
proporciona el Antiguo Testamento.
La
fiesta de bodas.
El
nombre Israel que para nosotros es masculino, en hebreo es femenino, un detalle
que los profetas no han dejado escapar para introducir el simbolismo conyugal
en la descripción de las relaciones de su pueblo con el Señor. Él, dicen, es el
esposo fiel mientras que Israel es la esposa que a menudo se deja seducir por
los ídolos, entrega su amor a extranjeros.
Así
declara Dios su amor por boca de los profetas: “La alegría que encuentra el
esposo con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5); “Voy a
seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón…. Allí me responderá
como en su juventud, como cuando salió de Egipto…. Aquel día le llamarás Esposo
mío, ya no le llamarás ídolo mío” (Os 2,16-18).
Son imágenes deliciosas que comunican alegría, esperanza,
ganas de responder con el mismo amor y fidelidad a este Dios que también
promete: “como a esposa de juventud te recogeré…. Aunque se retiren los montes
y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilara
–dice el Señor que te quiere–. (Is 54,5-6).
En
tiempos de Jesús, sin embargo, Israel había retomado la actitud de la esclava,
no la de la esposa. Veremos más delante lo que había sucedido. Intentemos ahora
descubrir el significado de las imágenes presentes en el relato de las bodas de
Caná.
El
vino. En la Biblia se condena al borracho, al que vive para el vino” (Prov
23,30), pero el vino es también la imagen de la felicidad y del amor (cf. Ecl
10,19; Cant 4,10). “El vino alegra el corazón (Eclo 40,20). Una fiesta sin vino
se convierte en un funeral; sin canciones y sin bailes no hay alegría, solo
caras largas, gente insatisfecha y nerviosa. “¿Qué vida es esa cuando le falta
el vino?”, se pregunta el autor del Eclesiástico (Eclo 31,27). “El vino le
alegra el corazón al hombre”, exclama el Salmista (Sal 104,15). “Desfallece el
vino nuevo, languidece la vid, gimen los corazones…hay lamentos en las calles
porque no hay vino”, afirma Isaías (Is 24,7-11).
En tiempos de Jesús, Israel esperaba el reino de Dios, un
reino descrito por los profetas como un “festín de manjares suculentos, de
vinos añejados, manjares deliciosos, vinos deliciosos” (Is 25,6). Este reino,
sin embargo, parece estar todavía muy lejos y el pueblo está triste como quien
celebra una fiesta de bodas sin vino.
¿Cómo se llegado a esta situación? La razón es simple: sus
relaciones con el Señor no son ya –como habían predicho los profetas– como las
de una esposa, feliz de gozar de la ternura y caricias del esposo. Son, por el
contrario, las de la esclava forzada a obedecer las órdenes del dueño. La
religión enseñada por los rabinos es la religión de los méritos: los ganan –y
por tanto, son amados por Dios–, quienes son fieles a las leyes. Para ayudar a
observarla, los guías espirituales de Israel dan toda clase de instrucciones:
especifican, puntualizan, definen, distinguen hasta reducir la palabra de Dios
a un código de normas, una maraña incomprensible de minuciosas, minúsculas
reglas imposibles de observar.
Como
las transgresiones son inevitables, produciendo una constante sensación de
impureza y culpabilidad, surgieron los ritos de purificación, los baños
rituales para los que había que tener siempre a disposición el agua
conveniente, agua que no era fácil de obtener pues no podía ser transportada en
recipientes, es decir, no debía ser agua estancada, sino “corriente” que se
hacía traer través de canales hechos a propósito.
Éste es el significado de seis tinajas de piedra vacías:
representan la religión de las purificaciones, aquel conjunto de prácticas y
ritos incapaces de comunicar serenidad, alegría y paz. No es esta clase de
agua, sino la que ordena traer el Señor, su agua, la que se convertirán en el
mejor vino.

La
madre de Jesús puede ser María, sí, pero puede indicar también la comunidad
Comprenden que solo de él puede venir el agua viva que, en quien la
bebe, se transforma en vino, es decir, da la felicidad.
espiritual en la que Jesús ha nacido y ha sido educado. En el pasaje de hoy,
representa ciertamente a las personas piadosas de Israel, aquellas que son las
primeras en darse cuenta de que la situación religiosa en que viven es
insostenible. ¿Qué hacen para remediarla? No recurren al “encargado del
banquete”, es decir a los jefes religiosos que han dado prueba de ser incapaces
de organizar una auténtica fiesta, sino a Jesús.
Juan
coloca este “signo” al comienzo de su Evangelio porque es una síntesis de todo
lo que Jesús hará a continuación. Él es el esposo que celebrará sus bodas con
la humanidad.
No
ha llegado aún su hora porque está al comienzo de su vida pública. La fiesta
solo ha comenzado, pero se encamina a su culminación cuando “llegue su hora”,
cuando en el Calvario Jesús manifieste todo su amor, dando la vida por su
esposa, cuando de su costado abierto brote “sangre y agua” (cf. Jn 19,34). En
Cana, Jesús realiza solo un signo de lo que hará en la hora en que pase de este
mundo al Padre (cf. Jn 13,1): donará realmente el agua “que brota dando vida
eterna” (Jn 4,14).