Las misteriosas razones del corazón
Por
Fernando Armellini
Introducción
Frente
a la injusticia muchos se dejan llevar de la venganza, llegando a
cometer actos insensatos.
Existe
otra posible alternativa: el desinterés. Es la opción de quien se encierra en
su pequeño mundo, evita comprometerse, aunque solo sea emocionalmente, con los
dramas ajenos, a no ser que los acontecimientos políticos les afecten en su
vida personal o familiar.
¿Qué
hacer? La realidad, social, política y económica del mundo nos interpela, no
podemos desinteresarnos, alejarnos de ella, observarla desde afuera como
espectadores inertes. Pero ¿cómo intervenir?
*
Para interiorizar el mensaje, repetiremos: “Bueno y misericordioso es el Señor,
Él libra de todas las culpas y cura todas las enfermedades”.
Primera
Lectura: Éxodo 3,1-8a.13-15
Moisés
pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; una vez llevó el
rebaño más allá del desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel
del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la
zarza ardía sin consumirse. Moisés dijo: Voy a acercarme a mirar este
espectáculo tan admirable: cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor
que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: Moisés, Moisés.
Respondió él: Aquí estoy. Dijo Dios: No te acerques. Quítate las sandalias de
los pies, porque el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el
Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.
Moisés se tapó la cara temeroso de mirar a Dios. El Señor le dijo: He visto la
opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he
fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos
de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana
leche y miel, el país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, heveos y
jebuseos. Moisés replicó a Dios: Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el
Dios de sus padres me ha enviado a ustedes. Si ellos me preguntan cómo se
llama, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: Soy el que soy. Esto dirás a los
israelitas: Yo soy me envía a ustedes. Dios añadió a Moisés: Esto dirás a los
israelitas: El Señor Dios de sus padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios
de Jacob, me envía a ustedes. Éste es mi Nombre para siempre: así me llamarán
de generación en generación. – Palabra de Dios
Israel
ha conocido al Señor sobre todo como liberador. Solo después ha descubierto que
Él es también padre, madre, esposo, rey, pastor, guía, aliado…La lectura narra
cómo ha comenzado esta revelación de Dios a su pueblo.
Moisés
se encuentra refugiado en el desierto del Sinaí porque, unos años antes, se vio
envuelto en un lio muy serio: había visto a un hombre de su pueblo siendo
maltratado por un supervisor egipcio e, interviniendo en su defensa, mató al
agresor (cf. Ex 2,11-15).
Moisés
es de temperamento impulsivo, no soporta la opresión, los abusos, las artimañas
y vejaciones contra los más débiles. Lo ha demostrado en el mismo desierto a
donde había huido. Estaba sentado un día junto a un pozo, llegan algunas
jóvenes para abrevar a sus ovejas cuando unos pastores que merodeaban por allí
las expulsaron del abrevadero; Moisés, indignado, no soporta el abuso, da un
salto y reduce a golpes a los pastores y después ayuda a las jóvenes a dar de
beber al ganado (cf. Ex 2,16-22).
La
prudencia y la experiencia, a un cierto momento, le aconsejan tomarse las cosas
con calma y no mezclarse en problemas ajenos. Es doloroso asistir impotente a
las injusticias perpetradas contra los débiles pero ¿qué se puede hacer? Si
interviene corre el peligro de verse envuelto en problemas más serios. Mejor es
no pensar y desinteresase de todo.
Moisés
se refugia en casa de Jetró, el padre de las muchachas, se casa con una de
ellas y comienza una vida pobre pero tranquila. Todos los días sale para llevar
a pastar el rebaño del suegro y solo quiere que lo dejen en paz.
Pero
¿podrá uno como él olvidarse de sus hermanos que en Egipto siguen sometidos a
continuas vejaciones de parte de sus amos?
Dios,
que conoce sus sentimientos, decide un día revelarle su proyecto: quiere liberar
a su pueblo de la esclavitud.
El
relato de la llamada de Moisés está construido según el esquema clásico de las
llamadas vocacionales, con las acostumbras imágenes para presentar las
manifestaciones de Dios.
Moisés
está cuidando de las ovejas del suegro junto al monte Horeb cuando, de pronto,
ve una zarza que ardía sin consumirse. Se acerca y siente la voz de Dios quien,
después de haberle invitado a quitarse las sandalias, le dice: “He visto la
opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y me
he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos” (vv. 7-8).
El
fuego es una de las imágenes más comunes en la Biblia para indicar la presencia
de Dios: en el desierto el Señor guiaba a su pueblo con una “columna de fuego”
(Ex 13,21); “El Señor bajó (al monte Sinaí) con fuego (Ex 19,18); “¿Qué pueblo
ha visto a Dios hablando desde el fuego? (Dt 4,33).
También
aquí el fuego indica la voz que revela a su siervo la misión arriesgada y
difícil a la que le ha llamado.
La
encina ardiente sin consumirse exprime muy bien la “llama” de Dios que arde
interiormente y no da tregua a Moisés. Es la misma de la que habla Jeremías:
“la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacia esfuerzos
para contenerla y no podía” (Jr 20,9).
La
imagen de la encina podría haber sido sugerida al autor bíblico de un fenómeno
curioso que ocurre en el desierto: del dictamus albus (un arbusto de un metro
de altura del que exuda esencias oleaginosas que se incendian en los días de
mucho calor).
Las
sandalias completan el simbolismo de la escena. Al estar confeccionadas con
piel de un animal muerto, son impuras y no pueden ser introducidas en un lugar
santo donde tiene acceso solamente lo que hace referencia a la vida (también
hoy hay que de dejar el calzado antes de entrar en una mequita).
Diciendo
que Moisés ha sido invitado a quitarse las sandalias, el autor sagrado quiere
afirmar que ha entrado en contacto con Dios. La inspiración que ha tenido no
era fruto de su fantasía, una veleidad suya, sino que provenía del Señor.
Ahora
es posible de intentar reconstruir lo que puede haber ocurrido. En la solitud y
silencio del desierto, mientras quizás reflexionaba sobre la suerte de su
pueblo en Egipto, Moisés ha recibido una iluminación. Dios lo ha introducido en
su mundo, ha derramado en el corazón de Moisés sus mismos sentimientos, su
pasión por la libertad de los oprimidos. Le ha dado a entender que para
realizar su sueño tenía necesidad de uno como él.
En
esta experiencia espiritual intensa y profunda, Moisés se ha dado cuenta
también de las dificultades que tan ardua empresa presentaba y ha expuesto al
Señor sus objeciones: “Mira, yo iré a los Israelitas y les diré; el Dios de sus
padres me ha enviado a ustedes. Si ellos me preguntan cómo se llama ¿qué les
respondo?” (v. 13).
En
la segunda parte de la lectura (vv. 13-15) el Señor responde revelando su
nombre. Dice a Moisés: “Esto dirás a los israelitas: Yo soy el que soy” o,
mejor Yo soy el que seré (esta es la traducción más exacta).
¿Por
qué quiere Dios ser llamado de modo tan extraño? ¿Qué significa este nombre que
aparece 6.828 veces en la Biblia? Quiere decir: se darán cuenta que yo seré;
verán por lo que haré quién soy yo.
¿Qué
verán los israelitas? No ciertamente un Dios que se queda tranquilo en el
paraíso, ocupado en mantener al día la contabilidad de los pecados, que no
quiere que le molesten, que le interesa muy poco lo que ocurre en la tierra.
El
Dios que se revelará a Israel es un Dios que vive con pasión los problemas de
su pueblo, que no tolera la opresión de los débiles, que interviene para
liberarlos.
Los
rabinos hacían notar que el texto sagrado no dice que los israelitas han
gritado al Señor, sino que él ha observado la miseria de su pueblo en Egipto y
ha oído su grito. Los israelitas gritaban de dolor. Dios ha sentido aquel
lamento como una invocación dirigida a él y ha decidido ayudarles.
Dios
no cambia nombre. Sus sentimientos por aquellos que sufren injusticias, por
quienes son víctimas de cualquier tipo de opresión y abuso, son siempre los
mismos. Ni siquiera cambia el método como lleva a cabo sus liberaciones: se
sirve de sus ángeles –es así como es llamado Moisés (cf. Éx 23,20-23)– realiza
sus obras por medio de aquellos que se dejan modelar por su palabra, que
cultivan en el corazón sus mismos sentimientos y que no tienen miedo de correr
riesgos.
Salmo 102, 1-2. 3-4.
6-7. 8 y 11
R. El Señor es
compasivo y misericordioso.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y todo
mi ser a su santo nombre.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
El
perdona todas tus culpas,
y cura
todas tus enfermedades;
él
rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R.
El
Señor hace justicia
y
defiende a todos los oprimidos;
enseñó
sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R.
El
Señor es compasivo y misericordioso,
lento
a la ira y rico en clemencia;
como
se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles. R
Segunda
Lectura: 1 Corintios 10,1-6.10-12
No
quiero que ignoren, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube
y atravesaron el mar; todos se bautizaron en la nube y el mar uniéndose a
Moisés; todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma
bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que les seguía, roca que
es Cristo. Pero la mayoría no agradó a Dios y quedaron tendidos en el desierto.
Esos sucesos nos sirven de ejemplo para que no nos abandonemos a malos deseos
como ellos lo hicieron. No se rebelen como algunos se rebelaron y perecieron a
manos del ángel destructor. Todo esto les sucedía a ellos como figura, y se
escribió para advertirnos a los que hemos alcanzado la etapa final. Por
consiguiente, quien crea estar firme, tenga cuidado y no caiga. – Palabra de
Dios
La
comunidad de Corinto es una buena comunidad, sin embargo, como sucede en todas
partes, tiene también sus puntos negativos: divisiones, inmoralidad, envidias.
Algunos cristianos están convencidos que baste el bautismo para estar seguros
de la salvación. Pablo se da cuenta que los corintios son víctimas de una
peligrosa ilusión.
Para
corregir esta falsa seguridad, les pone el ejemplo del pueblo de Israel. Dice:
todos los israelitas han creído en Moisés y le han seguido, han cruzado el mar
Rojo, han estado bajo la nube, han comido el maná y bebido el agua que surgió
de la roca; sin embargo, a causa de su infidelidad ninguno de ellos ha entrado
en la Tierra Prometida.
Lo
mismo puede suceder a los cristianos. Éstos deben tener presente que los
favores de Dios no producen resultados de modo automático o mágico. No basta
haber creído en Cristo (nuevo Moisés), haber sido bautizados (paso del mar
Rojo), haber sido alimentados por la Eucaristía (el pan y el vino corresponden
al maná y al agua del desierto). Es necesaria una vida coherente, de los
contrario, también ellos pueden perderse, como ha ocurrido a los israelitas en
el desierto.
Evangelio:
Lucas 13,1-9
En
aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos
cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Él contestó:
¿Piensan que aquellos galileos, sufrieron todo eso porque eran más pecadores
que los demás galileos? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten,
acabarán como ellos. ¿O creen que aquellos dieciocho sobre los cuales se
derrumbó la torre de Siloé y los mató, eran más culpables que el resto de los
habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten
acabarán como ellos. Y les propuso la siguiente parábola: Un hombre tenía una
higuera plantada en su viña. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo
al viñador: Hace tres años que vengo a buscar fruta en esta higuera y nunca
encuentro nada. Córtala, que encima está malgastando la tierra. Él le contestó:
Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da
fruto. Si no, el año que viene la cortarás. – Palabra del Señor
En
la primera parte del relato (vv. 1-5) viene referidos dos sucesos de crónica:
un crimen cometido por Pilato y el derrumbamiento accidental de una torre
cercana a la piscina de Siloé. El gobernador no era ciertamente un hombre de
corazón tierno. Los historiadores le atribuyen varios episodios dramáticos de
los que fue protagonista. El Evangelio de hoy narra uno ellos.
Algunos
peregrinos venidos de Galilea para ofrecer sacrificios en el templo,
probablemente con ocasión de la Pascua, se ven envueltos en un episodio de
sangre. La Pascua celebra la liberación de Egipto y es, por tanto, inevitable
que despierte en todo israelita deseos de libertad, agudizando el sentimiento
de rebelión contra la opresión romana. Es posible que también estos galileos,
quizás un poco fanáticos, hayan intercambiado con los soldados romanos algunos
insultos y de las palabras hayan pasado a los hechos, primero con gestos
provocativos y empujones para terminar en una reyerta.
Pilato,
que solía transferirse de Cesarea a Jerusalén durante las grandes fiestas para
asegurar el orden y prevenir revueltas, había impuesto una férrea política de
tolerancia cero frente a cualquier señal o incluso amago de rebelión y, en
consecuencia, también en esta ocasión hace intervenir al ejército y, sin
respeto alguno por el lugar sagrado, masacra a los desventurados galileos. Un
gesto brutal y sacrílego, un ultraje al Señor, una provocación al pueblo que
considera el templo como morada de su dios, un lugar donde los mismos
sacerdotes tenían que caminar descalzos, incluso en invierno.
¿Por
qué el Señor no ha intervenido reduciendo a cenizas a los responsables de este
crimen? Los fariseos tienen la respuesta: no hay castigo sin culpa. Si Dios ha
permitido que estos galileos hayan sido víctimas de la espada romana, significa
que estaban llenos de pecados. Pero ¿cómo aceptar una explicación tan absurda?
Para el pueblo, la cosa es clara: el pecador es Pilatos y los malvados son los
soldados romanos.
Alguien
refiere lo sucedido a Jesús, quizás con la esperanza de oír de su boca una
severa condena, una toma de posición anti-romana. Quizás alguno incluso crea de
poder contar con él en una revuelta armada. Frente a semejante crimen, piensan,
el Maestro no reaccionará invitando al perdón y la paciencia. ¿Qué menos que
una indignada declaración contra Pilato?
Jesús
sorprende a sus agitados e iracundos interlocutores: no pierde la calma, no
sale de su boca ninguna palabra descontrolada. En primer lugar, dice
taxativamente que no hay relación alguna entre la muerte de estas personas y
los pecados que hayan podido cometer; después, invita a sacar una lección de
este acontecimiento. Hay que interpretarlo como una llamada a la conversión.
Para
esclarecer más su pensamiento, recurre a otro acontecimiento de crónica: la
muerte de diez y ocho personas, provocada por el desplome de una torre, suceso
que lugar probablemente durante la construcción de un acueducto junto a la
piscina de Siloé. Estas perdonas, dice Jesús, no han sido castigadas a causa de
sus culpas: han muerto por una fatalidad, en vez de ellos podían haber muerte
otros. También este acontecimiento debe ser interpretado como una llamada a la
conversión.
La respuesta de Jesús
parece eludir el problema. ¿Por qué no toma posición frente a la masacre?
Sorprende su respuesta porque Jesús ha ido siempre al grano y ciertamente no
tiene miedo de decir lo que piensa.
Las
estructuras opresivas (y Pilato representa una de ellas) son generalmente muy
sólidas, tiene raíces profundas, se defienden con medios potentes. Es una
ilusión pensar que se puedan venir abajo de un momento al otro. Hay muchos que
piensan que el recurso a la violencia pueda ser un medio rápido, eficaz y
seguro para restablecer la justicia. ¡Es la peor de las soluciones! El uso de
la fuerza no produce nada bueno, no resuelve los problemas, crea otros…y más
graves.
Jesús
no se pronuncia directamente sobre el crimen cometido por Pilato. No quiere
dejarse envolver en aquellas inútiles conversaciones en las que todo se reduce
a imprecar y maldecir. Él no es insensible, ciertamente, a los sufrimientos y a
las desgracias, se conmueve hasta las lágrimas por amor a su tierra. Sin
embargo, sabe que la agresividad, el desprecio, la ira, el odio, el deseo de
venganza no llevan a ninguna parte, es más, son contraproducentes. Estos
sentimientos conducen solamente a gestos desconsiderados que complican aún más
la situación.
La
llamada de Jesús a la conversión es una invitación a cambiar de manera de
pensar.
Los
judíos cultivaban sentimientos de violencia, venganza, rencor contra los
opresores. Éstos no son los sentimientos de Dios. Es urgente que revisen su
posición, que renuncien a la confianza que ponen en el uso de la espada. Por
desgracias, no están dispuestos a la conversión y así, cuarenta años después,
perecerán todos, (culpables e inocentes) en una nueva y más grande masacre.
Jesús
no busca huir del problema, propone una solución diversa. Rechaza los remedios
paliativos. Invita a intervenir sobre la raíz del mal. Es inútil hacerse la
ilusión de que la situación pueda cambian simplemente sustituyendo a aquellos
que detentan el poder. Si los nuevos gobernantes no tienen un corazón nuevo, si
no siguen una lógica diversa, todo seguirá como antes. Sería como cambiar los
actores de un espectáculo sin cambiar el texto que deben recitar.
He
aquí la razón por la que Jesús no se adhiere a la explosión colectiva de indignación
contra Pilato. Jesús invita a la conversión, propone un cambio de mentalidad.
Solo quienes se convierten en personas diferentes, solo personas con un corazón
nuevo pueden construir un mundo nuevo. Esta es la solución definitiva.
¿Cuánto
tiempo tenemos a disposición para realizar este cambio de mentalidad? ¿Puede
postergarse algunos meses más, algún año más? A estas preguntas Jesús responde
en la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 6-9) con la parábola de la
higuera.
En
la biblia se habla frecuentemente de este árbol que, dos veces al año, en
primavera y en otoño, da frutos dulcísimos. En tiempos antiguos era símbolo de
la prosperidad, de la paz (cf. 1 Re 4,25; Is 36,16) En el desierto del Sinaí,
los israelitas soñaban con una tierra con abundancia de manantiales de agua,
campos de trigo…e higueras (cf. Dt 8,8; Nm 20,5).
El
mensaje de la parábola es claro: de quien ha escuchado el mensaje del Evangelio
Dios espera frutos deliciosos a abundantes. No quiere prácticas religiosas
externas, no se contenta con las apariencias (en primavera la higuera da los
frutos incluso antes que hojas), sino que busca obras de amor.
A
diferencia de los otros evangelistas que hablan de una higuera estéril que
Jesús ha hecho secar o casi (cf. Mc 11,12-24; Mt 21,18-22), el evangelista de
la misericordia, introduce una prórroga: otro mes de espera antes de la
intervención definitiva. Lucas presenta a un Dios paciente, tolerante con la
debilidad humana, comprensivo con la dureza de nuestra mente y de nuestro
corazón.
Esta
actitud magnánima, sin embargo, no hay que entenderla como indiferencia frente
al mal, no es una aprobación de la negligencia, del desinterés, de la
superficialidad. El tiempo de la vida es demasiado precioso como para que se
puede desperdiciar aunque sea un solo instante. Apenas surge la luz de Cristo,
es necesario recibirla y seguirla, inmediatamente.
La
palabra es una invitación a considerar la Cuaresma como tiempo de gracia, como
un “nuevo año precioso” que le viene concedido a la higuera (cada uno de
nosotros) para dar fruto.