Ánimo, yo estoy con vosotros
P. Fernando Armellini
Introducción
Cuando acontecen
trastornos políticos, como guerras, hambre, pestes y la situación de miseria se
convierte en intolerable, se difunden fácilmente rumores sobre el fin del
mundo. Para dar crédito a estos delirios los adeptos a estas sectas
fundamentalistas utilizan algunos textos bíblicos. El más citado es éste:
“Debes saber que en los últimos tiempos se presentarán situaciones difíciles.
Los hombres serán egoístas y amigos del dinero, fanfarrones, arrogantes,
injuriosos, desobedientes a los padres, in gratos, no respetarán la
religión…traidores y atrevidos, vanidosos, más amigos del placer que de Dios”
(2 Tim 3,1-4). Estas situaciones de malestar se encuentran en toda época, por
eso el que quiere hacer previsiones para el fin del mundo no tendrá problemas
en establecer la fecha. Esto es lo que hacen los Testigos de Jehová.
Para los autores del Nuevo Testamento
los últimos tiempos no son aquellos que vendrán dentro de millones de años,
sino aquellos que estamos viviendo, aquel que se ha iniciado con la Pascua. No
es fácil captar el sentido de lo que está sucediendo en estos últimos tiempos.
Nuestros ojos están como velados, empañados. Mucho de lo que pasa está envuelto
en el misterio: desgracias, absurdos inexplicables, contradicciones, señales de
muerte. Es difícil descubrir un proyecto de Dios en todo esto.
Empleando un lenguaje e imágenes
apocalípticas, Jesús quiere rasgar el velo que impide que veamos al mundo con
los ojos de Dios. Cuando parece anunciar el fin del cosmos, no se está
refiriendo “al” fin del mundo, sino ayudándonos a entender “el” fin del mundo.
Apocalipsis no significa catástrofe, sino revelación, desvelamiento. Tenemos
necesidad que la palabra de Cristo nos ilumine y, más allá del camino borroso
trazado por los hombres, nos permita escoger el trayecto que el Señor está
describiendo.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos: “Señor
permanece cercano, he puesto en ti mi esperanza”.
Primera Lectura: Malaquías 3,19-20
Miren que llega el
día, ardiente como un horno, cuando arrogantes y malvados serán la paja: ese
día futuro los quemaré y no quedará de ellos rama ni raíz –dice el Señor
Todopoderoso–.20 Pero a los que respetan mi nombre los alumbrará el
sol de la justicia que sana con sus alas. – Palabra de Dios
El
profeta Malaquías vive en un tiempo muy difícil. Los exilados deportados a
Babilonia en el 587 a.C. han regresado hace ya unos años. Se han fiado de las
palabras de los profetas que les han asegurado un reino de paz y de justicia,
pero en cambio se encuentran en una sociedad con ladrones, abusadores, la
violencia contra los débiles no disminuye. Tienen todas las razones para perder
la confianza en Dios y en los mediadores de su palabra, los profetas. Algunos
comienzan a manifestar abiertamente la desilusión y el desaliento: “Porque
dicen: no vale la pena servir a Dios, ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos
y andar enlutados ante el Señor Todopoderoso? Tenemos que felicitar a los
arrogantes: los malvados prosperan, desafían a Dios y quedan sin castigo” Ml
3,14-15.
Malaquías es consciente de estos
razonamientos y no se indigna. Entiende que cuando el corazón está amargado uno
se desahoga de esta manera. Entiende que el pueblo no necesita de reproches,
sino de palabras de consolación y de esperanza, y por esto trata de infundir
ánimo. Es cierto—dice—que las circunstancias son dramáticas, pero no se puede
vacilar, es necesario permanecerse fiel al Señor y pronto se verá la diferencia
entre buenos y los malos, entre los que sirven a Dios y los que no le sirven
(Mal 3,18).
En este punto comienza nuestra lectura.
“Miren
que llega el día, ardiente como un horno…” (v. 19). El Señor ha decidido
castigar a los malvados y hacer triunfar a los justos, está por provocar un
gran incendio, está por enviar un gran diluvio de fuego, terrible. Los que
cometen injusticias serán abrasados como paja, mientras que los justos “los
alumbrará el sol de la justicia que sana con sus alas” (vv. 19-20).
Otros profetas han hablado de este
trastorno cósmico y a la imagen del fuego le añadieron otra. Han dicho: En el
momento de pasar del mundo antiguo al mundo nuevo, sol y luna se oscurecen, los
astros retiran su resplandor (Jl 2,10-11); ese día será un día de cólera, día
de angustia y aflicción, día de destrucción y desolación… el día de cólera del
Señor…cuando acabe cruelmente con todos los habitantes de la tierra (Sof
1,15.18).
¿Qué significan estas expresiones dramáticas?
¿Se trata de imágenes o, como sostienen los seguidores de ciertas sectas, de
información sobre lo que sucederá al fin de los tiempos?
De
estos cataclismos, de estas catástrofes se habla no solamente en el Antiguo
Testamento, sino especialmente en la así llamada literatura apocalíptica que ha
tenido el ápice en tiempos de Jesús y de los apóstoles. Se trata de imágenes
coloridas que sería ingenuo y engañoso interpretarlas al pie de la letra.
La ira de Dios no es más que una expresión de
su amor incontenible. Con este antropomorfismo—muy frecuente en la Biblia—el
profeta intenta hacer resaltar la pasión del Señor por su pueblo que está
sufriendo, quiere recordarle a todos la seriedad de su amor, su implicación en
el pacto que lo une al hombre y, en fin, su victoria sobre todo mal, contra
todos los obstáculos que se opongan a su obra de salvación.
El
fuego no se aplica a las personas, sino que está lanzado contra todo lo que
atenta a la vida plena del hombre: la injusticia, la envidia, la codicia de
enriquecerse, los odios, la violencia, la corrupción moral. El fuego es la
imagen de la intervención de Dios en el mundo para poner fin a toda forma de
mal. Como ninguna hierba seca puede escapar a las llamas, así ninguna forma de
mal—dice el profeta—podrá escaparse de la intervención purificadora y salvadora
de Dios.
El
mensaje de esta primera lectura, por lo tanto, no es de miedo, sino de
consolación y de esperanza. Cuando Malaquías afirma que los impíos serán
destruidos, no está afirmando que un día el Señor castigará severamente a los
pecadores arrojándolos a las llamas del infierno. Su fuego destruye, como la
hierba, no a los hombres, sino al mal que habita en cada uno.
El
pueblo que ha escuchado este mensaje alentador y el mismo Malaquías pensaban en
una intervención resolutiva de Dios inmediata o en breve tiempo. No sucede
nunca. Quizás pensemos que los israelitas, decepcionados, hayan archivado todos
estos oráculos de bien considerándolos una equivocación, alucinaciones, sueños
de profetas ilusos, pero en vez los han conservado y han continuado a
prestarles atención con fe incontrolable en la venida del “día ardiente como un
horno” y la aparición del “sol de justicia”.
A la
luz de la Pascua, estamos hoy en condición de releer y de comprender estos
textos. El sol de justicia es Jesús, el día ardiente como un horno es el día de
su muerte y su resurrección, el fuego que destruirá todo el mal es el Espíritu
que Jesús ha enviado, es su Palabra, su Evangelio que ya ha comenzado a renovar
la faz de la tierra.
El
mundo nuevo es el reino de Dios en medio de nosotros, aunque deberemos esperar
hasta el final para verificar el triunfo pleno del bien en el corazón de todos
los hombres.
Salmo 97, 5-6 7-8. 9
Tocad
la cítara para el Señor,
suenen
los instrumentos:
con
clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
Retumbe
el mar y cuanto contiene,
la
tierra y cuantos la habitan,
aplaudan
los ríos, aclamen los montes,
al Señor que llega para regir la tierra. R.
Regirá
el orbe con justicia,
y los pueblos con rectitud. R.
Segunda Lectura: 2 Tesalonicenses 3,7-12
Hermanos: Ustedes
saben cómo deben vivir para imitarnos: no hemos vivido entre ustedes sin
trabajar; 8no pedimos a nadie un pan sin haberlo ganado, sino que
trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser una carga para ninguno de
ustedes. 9Y no es que no tuviéramos derecho; pero quisimos darles un
ejemplo para imitar. 10Cuando estábamos con ustedes, les dimos esta
regla: el que no quiera trabajar que no coma. 11Ahora nos hemos
enterado de que algunos de ustedes viven sin trabajar, muy atareados en no
hacer nada. 12A ésos les recomendamos y aconsejamos, por el Señor
Jesucristo, que trabajen tranquilamente y se ganen el pan que comen. – Palabra
de Dios
En la
comunidad de tesalónica se estaban difundiendo habladurías peligrosas: algunos
cristianos fanáticos afirmaban que este mundo estaba por acabarse y que Jesús
estaba a punto de regresar y dar comienzo a un mundo y a una humanidad nuevos.
Estas interpretaciones derivaban de presuntas visiones y de revelaciones que
algunos sostenían que habían recibido de Dios.
Las historias que estos exaltados
estaban haciendo circular disturbaban notablemente a la comunidad.
Algunos estaban convencidos que,
siendo inminente el retorno de Cristo, no valía la pena seguir trabajando.
Perdían el tiempo en chismorreos y vivían a costa de los demás, poniendo en
descrédito y ridículo a todos los creyentes (v. 11).
La situación se convierte en
preocupante y escandalosa. Pablo se vio el la necesidad de intervenir.
En la última parte de su segunda carta
reclama decididamente a los tesalonicenses; les recuerda, antes que nada, el
ejemplo de su propia vida: yo no fui un gandul—dice—no he sido carga para
ninguno; he anunciado el Evangelio gratuitamente y no he aceptado limosnas.
“Sepan…que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser una carga para
ninguno de ustedes” (v. 8).
La independencia económica es motivo
de grande orgullo para Pablo ya que recurre varias veces en sus cartas sobre
este tema (1 Tes 2,9; 1 Cor 4,12; 2 Cor 11,7-10; 12,13-18). Les dice a los
ancianos de Éfeso: “No he codiciado la plata ni el oro ni los vestidos de
nadie. Ustedes saben que con mis manos he atendido a las necesidades mías y de
mis compañeros” (He 20,33-34).
Después de haber presentado el ejemplo
de su propia vida, Pablo cita a los tesalonicenses un proverbio popular: “El
que no quiera trabajar, que no coma” (v. 10) y, una vez más, recuerda a los
cristianos la necesidad de vivir del propio trabajo (. 12).
El “mundo nuevo” es un don de Dios,
pero para ser construido se necesita la colaboración del hombre. El que no
trabaja, el que no se pone a disposición de los hermanos con toda su capacidad
no colabora a la construcción del reino de Dios.
Evangelio: Lucas 21,5-19
A unos que
elogiaban las hermosas piedras del templo y la belleza de su ornamentación
Jesús les dijo: 6–Llegará un día en que todo lo que ustedes
contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra. 7Le
preguntaron: –Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para
suceder? 8Respondió: –¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos
se presentarán en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras
ellos. 9Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se
asusten. Primero ha de suceder todo eso; pero el fin no llega en seguida. 10Entonces
les dijo: –Se alzará pueblo contra pueblo, reino contra reino; 11habrá
grandes terremotos, en diversas regiones habrá hambres y pestes, y en el cielo
señales grandes y terribles. 12Pero antes de todo eso los detendrán,
los perseguirán, los llevarán a las sinagogas y las cárceles, los conducirán
ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, 13y así tendrán la
oportunidad de dar testimonio de mí. 14Háganse el propósito de no
preparar su defensa; 15yo les daré una elocuencia y una prudencia
que ningún adversario podrá resistir ni refutar. 16Hasta sus padres
y hermanos, parientes y amigos los entregarán y algunos de ustedes serán
ajusticiados; 17y todos los odiarán a causa de mi nombre. 18Sin
embargo no se perderá ni un pelo de su cabeza. 19Gracias a la
constancia salvarán sus vidas. – Palabra del Señor
Lucas
escribe su Evangelio hacia el año 85 d.C.: en los cincuenta años transcurridos
desde la muerte de Jesús han pasado hechos tremendos. Ha habido guerras,
revoluciones políticas, catástrofes, el templo de Jerusalén fue destruido, los
cristianos están siendo víctimas de injusticias y persecución. ¿Cómo explicar
todos estos acontecimientos tan dramáticos?
Alguien
recurre a las palabras del Maestro: “Habrá grandes terremotos… habrá hambre y
pestes …los perseguirán” (vv. 11-12). ¡Aquí está la explicación!—se comienza a
decir—Jesús ya lo había previsto. Las desgracias (especialmente la destrucción
del templo de Jerusalén) son signos del fin del mundo que se avecina y el Señor
está a punto de retornar sobre las nubes del cielo.
El
Evangelio de hoy intenta responder a estas falsas expectativas y corregir la
interpretación errada que algunos daban a las palabras del Maestro. Ya entonces
su lenguaje apocalíptico se prestaba a ser incomprendido. Examinemos el
fragmento en detalle.
Algunas
personas se acercan a Jesús que está en el templo y lo invitan a admirar la
belleza de las enormes piedras cuadradas de mármol blanco puestas perfectamente
por los trabajadores de Herodes, las decoraciones, los exvotos, los adornos de
oro que cuelgan de las paredes del vestíbulo y que se extienden hasta cubrir
las ofrendas de los fieles, la fachada recubierta de placas de oro del espesor
de una moneda… Con razón decían los rabinos: “El que no ha visto el templo de
Jerusalén no ha contemplado la más bella de las maravillas del mundo”.
La
respuesta de Jesús es sorprendente: “De todo lo que admiran no quedará piedra
sobre piedra”. Le preguntaron: ¿Cuándo sucederá esto y cuáles serán los signos
para comprenderlo?” (vv. 5-7).
Jesús
no pudo especificar la fecha: no la conoce, como no conoce el día ni la ora del
fin del mundo (Mt 24,36). Jesús no es un mago, un adivino, por eso no responde.
¿Por
qué introduce Lucas este episodio? Lo hace por una preocupación pastoral:
quiere poner sobre aviso a su comunidad que confunde los signos con la
realidad. Algunos exaltados
atribuían a Jesús predicciones que eran solamente fruto de especulaciones
extravagantes.
El
evangelista invita a los cristianos a no inmiscuirse con fábulas y a
reflexionar sobre lo único que debe interesar: qué hacer, concretamente, para
colaborar en el advenimiento del mundo nuevo, del reino de Dios.
Los
“falsos profetas” han presentado siempre un peligro para la comunidad cristiana
y Lucas recuerda que también Jesús puso en guardia a sus discípulos de aquellos
que aseguran que el fin del mundo se avecina. Ha recomendado vivamente: “¡No
los sigan!” (vv. 8-9). El fin no vendrá enseguida; la gestación del mundo nuevo
será difícil y larga.
¿Qué
sucederá entre el tiempo de la venida del Señor y el fin del mundo? Jesús
responde a esta pregunta recurriendo al lenguaje apocalíptico. Habla de
sublevaciones de pueblos contra pueblos, de terremotos, carestía y pestilencia,
de cosas terroríficas, de señales grandes en el cielo (vv. 10-11). Estos será
explicado poco después: “Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En
la tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y
del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que le va a
suceder al mundo, porque hasta las fuerzas del universo se tambalearán” (Lc
21,25-26).
Una de
las ideas recurrentes en tiempo de Jesús era que el mundo ya estaba muy
corrupto y pronto sería sustituido por una realidad nueva que brotaría de Dios.
Se decía que el momento de pasar de lo antiguo a lo nuevo, la gente estaría muy
convulsionada, los pueblos y las naciones revueltos, habría mucha violencia,
enfermedades, desgracias, guerra. El sol aparecería durante la noche y la luna
de día; lo ríos comenzarán a verter sangre, las piedras a partirse y a crujir.
Este lenguaje, esta imaginación era
muy común.
Jesús no necesitó decir a sus
discípulos que es inminente el pasaje entre las dos épocas de la historia. El
suyo es un anuncio de alegría y esperanza: Quien siente dolor y espera el reino
de Dios debe saber que está por aparecer la aurora de un nuevo y espléndido
día. Es por eso que exhorta a los discípulos a no preocuparse: no tengan miedo
(v. 9) y, un poco más adelante recomienda, “Cuando comience a suceder todo
esto, enderécense y levanten la cabeza, porque ha llegado el día de su
liberación” (Lc 21,28).
Después
de haber invitado a considerar el tiempo de espera de su retorno como una
gestación que se prepara para el parto, Jesús anuncia la dificultad que sus
discípulos deberán afrontar (vv. 12-19).
¿Cuál será la señal que el reino está
por nacer y ser instaurado en el mundo? No son los triunfos, los aplausos, la
aprobación de los hombres, sino la persecución. Jesús anuncia a sus discípulos:
la prisión, la calumnia, la traición de parte de algunos familiares y de los
mejores amigos. En esta difícil situación van a ser tentados de desalentarse,
pensando que han equivocado el camino de sus vidas.
¿Para
qué soportar tantos sufrimientos y hacer tantos sacrificios? Todo inútil: los
impíos seguirán progresando, a cometer violencia, a prevalecer ante el justo.
Jesús responde que ¡eso no sucederá! Dios guía los advenimientos de la vida de
los hombres y orienta también los proyectos de los malvados hacia el bien de
sus hijos y a la instauración del reino.
“Tengan
presente que no deben preparar su defensa”—sigue recomendando. ¿Qué significa?
¿Tendrán que esperar los discípulos una intervención milagrosa?
No.
Jesús los pone en guardia del peligro de fiarse de los razonamientos y de los
cálculos como los que hacen los hombres.
Finalmente
Jesús recuerda una expresión muy usada en su tiempo: “Ni un cabello de su
cabeza se perderá”. No les promete a sus discípulos que los protegerá de
desventuras y peligros. Los cristianos perseguidos no deben esperar una
liberación milagrosa: perderán sus bienes, su trabajo, su reputación, y hasta
la misma vida por causa del Evangelio. Aun así, no obstante la apariencia de lo
contrario, el reino de Dios continuará creciendo.
Aquellos
que se han sacrificado por Cristo, quizás no recojan el fruto de lo que han
sembrado, pero deben cultivar la gloriosa certeza que los frutos serán
abundantes. El valor de su sacrificio no lo recogerán en este mundo. Serán
olvidados, y hasta maldecidos pero Dios—¡y deben contar con este juicio de
Dios!—les dará la recompensa en la resurrección de los justos.