¿Cuánto durará la noche?
Fernando Armellini
Introducción
“Judas
comió el pedazo de pan y salió inmediatamente. Era de noche” (Jn 13,30). Pocas
palabras para describir una escena dramática; un hombre, a merced ya de sus
proyectos de locura, abandona a Cristo-luz y viene devorado por la obscuridad.
La
gente teme la obscuridad de la noche y se anima cuando comienzan las primeras
luces del alba. Los centinelas escrutan el horizonte, esperando la aurora (Sal
130,6). Largas son las noches de quien, ardiendo de fiebre y presa de
pesadillas, gira y da vueltas esperando la mañana (cf. Job 7,3-4).
Quien
se ha precipitado en las tinieblas del vicio, de la mentira y de la injusticia
espera también un rayo de luz que le anuncie el fin de la noche y el comienzo
de un nuevo día.
Centinela
¿cuánto queda de la noche?, pregunta el profeta (cf. Is 21,11). ¿Cuánto durará
todavía en el mundo la obscuridad, el mal y el pecado? ¿Cuándo serán “liberados
los hombres del poder de las tinieblas”? (Col 1,13).
Pablo
invita a la esperanza: “Ya es hora de despertar del sueño: ahora la salvación
está más cerca que cuando abrazamos la fe, La noche está avanzada, el día se
acerca” (Rom 13,11-12).
El
conflicto luz-tinieblas continua a la espera del día sin fin, cuando “allí no
habrá noche. No les hará falta ni luz de lámpara ni luz del sol, porque los
ilumina el Señor Dios” (Ap 22,5).
* Para interiorizar el mensaje,
repetiremos: “Estábamos en tinieblas, ahora somos luz. Haz, Oh Señor, que nos
comportemos como hijos de la luz”
Primera Lectura: Isaías 8,23b—9,3
23En
otro tiempo humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el
camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles: 9,1El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de
sombras, y una luz les brilló. 2Acreciste la alegría, aumentaste el
gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al
repartirse el botín. 3Porque la vara del opresor, el yugo de su
carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como en el día de Madián. –
Palabra de Dios
A
excepción del primer versículo, ya hemos escuchado esta lectura durante la misa
de la noche de Navidad. Para una compresión más completa del pasaje bíblico
véase la explicación dada ese día.
La
profecía se sitúa históricamente en el siglo VIII a.C., época de la grande
expansión asiria de todo el Medio Oriente. También las tribus de Zabulón y
Neftalí, situadas al septentrión de Israel, se vieron envueltas en estos
acontecimientos político-militares: destrucciones, violencias, deportaciones,
imposición de pesados tributos fueron las consecuencias de la invasión de los
ejércitos venidos de Mesopotamia. Isaías presenta la dramática situación como
una humillación permitida por el Señor, como un triunfo de la obscuridad sobre
la luz.
En
la región de Galilea era como si hubiera regresado el caos que reinaba en la
creación antes de la creación del mundo “las tinieblas cubrían el abismo” (cf.
Gn 1,2). Las fértiles tierras del otro lado del Jordán parecían envueltas en la
obscuridad de una noche sin fin. La muerte reinaba por doquier. El pueblo
humillado había perdido ya toda esperanza, se había resignado ya a contemplar
la “Vía del mar” (que pasando por Palestina unía Egipto con Mesopotamia)
invadida por los prepotentes soldados asirios.
En
este momento de abatimiento general, resuena la voz del profeta anunciando la
aurora de un nuevo día: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa;
los que habitaban en el obscuro país de la muerte fueron iluminados” (Is 9,1).
Es
la promesa de un cambio total de la situación. Con una mirada de largo alcance,
Isaías ve que se retiran los ejércitos asirios responsables del desastre
nacional, e Israel volver a una vida de alegría y paz.
La
luz a que se refería el profeta, era ciertamente un nuevo rey, descendiente de
la familia de David, destinado a llevar a cabo la misión de disolver las
tinieblas traídas por los invasores extranjeros. Probablemente pensaba en
Ezequías, el niño en quien se habían depositado tantas esperanzas.
¿Qué
ocurrió históricamente? Nada. Los asirios continuaron ocupando las tierras de
Zabulón y de Neftalí por un siglo más y Ezequías, que intentó substraerse a su
yugo, “fue encerrado en Jerusalén como pájaro en jaula” como se lee en la
inscripción de Senaquerib encontrada en Nínive. ¿Y ahora qué?, ¿Se equivocó el
profeta?
La
perspectiva histórica que hoy tenemos es estrecha y limitada: si no vemos
realizarse inmediatamente nuestros proyectos, pensamos que Dios se ha olvidado
de nosotros. Dios lleva adelante sus proyectos, sí, pero de manera inesperada y
de acuerdo con los tiempos que tiene establecidos.
Si
los sueños de la gente del tiempo de Isaías se hubieran realizado, los
opresores asirios habrían sido substituidos por otros opresores, porque esta es
la lógica del mundo: quien pierde viene eliminado y quien vence, pronto se ve
confrontado por otros pretendientes.
Dios no toma parte en este
conflicto. Mira desde arriba manteniendo sólidamente en mano la situación.
Acaricia un proyecto que ataca a la raíz de la lógica repetitiva e
inconcluyente de la lucha por el poder. La profecía se realizó, según la lógica
de Dios, 750 años después.
Cuando
Jesús apareció a lo largo de la orilla del lago, el reino de los asirios se
había caído hacía ya cientos de años, pero la obscuridad del mundo no había
desaparecido. Era la obscuridad del mal, de la violencia, del abuso, de la
corrupción, del egoísmo. Esta obscuridad había comenzado a disiparse –como dirá
Mateo en el Evangelio de hoy– solo cuando con el inicio de la vida pública de
Jesús, una luz comenzó a brillar en los montes de Galilea.
Salmo 26, 1. 4. 13-14
R/. El
Señor es mi luz y mi salvación
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién temeré?
El
Señor es la defensa de mi vida,
¿quién
me hará temblar? R/.
Una
cosa pido al Señor,
eso
buscaré:
habitar
en la casa del Señor
por
los días de mi vida;
gozar
de la dulzura del Señor,
contemplando
su templo. R/.
Espero
gozar de la dicha del Señor
en el
país de la vida.
Espera
en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.
Segunda Lectura: 1 Corintios
1,10-13.17
10Hermanos,
en nombre de nuestro Señor Jesucristo les ruego que se pongan de acuerdo y que
no haya divisiones entre ustedes, sino que vivan en perfecta armonía de
pensamiento y sentir. 11Porque me he enterado, hermanos míos, por la
familia de Cloe, que existen discordias entre ustedes. 12Me refiero
a lo que anda diciendo cada uno: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo
de Cristo. 13¿Está dividido Cristo? ¿Ha sido crucificado Pablo por
ustedes o han sido bautizados invocando el nombre de Pablo? 17Porque
Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, sin elocuencia
alguna, para que no pierda su eficacia la cruz de Cristo. – Palabra de Dios
Cuando
escribe la primera carta a los Corintios, Pablo se encuentra en Éfeso, capital
política y religiosa de la provincia romana del Asia y lugar de encuentro entre
las culturas de oriente y de occidente, sede de maestros y artesanos famosos.
Allí se mezclaban marineros, soldados y comerciantes provenientes de todo el
mundo.
Un
día llegan a esta ciudad, provenientes de Corinto, algunos miembros de la
familia de Cloe (v.11) quienes entregan a Pablo una carta que le envían los
cristianos de la comunidad.
Antes
de leerla, el Apóstol quiere tener noticias de aquella Iglesia y sus huéspedes,
que al principio dudaban si hablar o no, pero terminan por referir a Pablo todo
lo que saben sin ocultar nada. La vida de la comunidad en Corinto es de pena:
hay discordias escandalosas, han surgido bandos que se declaran partidarios de
un apóstol o de otro (algunos se glorían de pertenecer a Pedro otros a Pablo);
de sus comportamientos morales, mejor no hablar; existen conductas
desenfrenadas de las que se avergonzarían hasta los mismos paganos; en las
celebraciones eucarísticas, cada grupo se aísla y se desinteresa de los demás;
y no hablemos de las envidias, de las críticas, de las murmuraciones… En fin,
la gente de Cloe larga el rollo.
Desilusionado
y preocupado, Pablo escucha en silencio. Quizás piense por un momento en el
fracaso de toda su misión evangelizadora; después, se recupera y decide
escribir a los cristianos de Corinto. Así ha nacido la carta que nos viene
propuesta este domingo.
El
primer argumento que afronta son las disidencias, los contrastes, el nacimiento
de partidos en aquella comunidad. Todo esto constituye el pasaje escogido para
la lectura de hoy. “¿Quieren dividir a Cristo?” “¿Acaso fue Pablo crucificado
por ustedes?” o ¿Fueron bautizados en nombre de Pablo?” (v. 13). Son palabras
duras que revelan la gravedad de la situación.
Las
discordias eran provocadas, entonces como hoy, por los egoísmos, el deseo de
dominar, sobresalir e imponerse a los demás. Pablo aclara: los apóstoles no son
señores, sino siervos; no son ellos los salvadores. El Salvador es uno solo,
Cristo.
La
luz del evangelio –encendida por Pablo– había brillado en Corinto, pero la
obscuridad del pecado y las tinieblas de la muerte todavía eran muy densas y se
resistían a disiparse.
Evangelio: Mateo 4,12-23
12Al
saber que Juan había sido arrestado, Jesús se retiró a Galilea, 13salió
de Nazaret y se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en territorio de
Zabulón y Neftalí. 14Así se cumplió lo anunciado por el profeta
Isaías: 15Territorio de Zabulón y territorio de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. 16El pueblo
que habitaba en tinieblas vio una luz intensa, a los que habitaban en sombras
de muerte les amaneció la luz. 17Desde entonces comenzó Jesús a
proclamar: ¡Arrepiéntanse que está cerca el reino de los cielos! 18Mientras
paseaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos —Simón, llamado Pedro, y
Andrés, su hermano— que estaban echando una red al lago, pues eran pescadores. 19Les
dice: —Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres. 20De
inmediato dejaron las redes y le siguieron. 21Un trecho más adelante
vio a otros dos hermanos —Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano— en la barca
con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, 22y ellos
inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron. 23Jesús
recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia
del reino y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias. –
Palabra del Señor
El
evangelio de hoy tiene tres partes. Con una cita del profeta Isaías viene
introducida la actividad de Jesús en Galilea (vv. 12-17); a continuación, sigue
el relato de la vocación de los primeros discípulos (vv. 18-22); finalmente, la
actividad de Jesús queda resumida en una frase (v.23).
Después
de concluir la misión del Bautista, Jesús se traslada a Cafarnaún que se
convierte en el centro de su actividad por casi tres años.
Cafarnaún
era un pueblo de pescadores y agricultores que se extendía a lo largo de
trescientos metros a orillas del lago de Genesaret. No era famoso como la
ciudad de Tiberías –donde residía el tetrarca Herodes Antipas– o como la rica y
próspera Magdala, famosa por sus florecientes industrias de salazón del pescado
y el tinte. Cafarnaúm gozaba, no obstante, de un cierto prestigio: se
encontraba a lo largo de la “Vía del mar” –la célebre carretera imperial que,
desde Egipto, pasando por Damasco, conducía a Mesopotamia– y señalaba el confín
entre Galilea y el Golán, territorio que pertenecía a Filipo (otro hijo de
Herodes el Grande). Era un lugar de frontera, con una aduana donde se pagaba un
tanto por todas las mercancías.
Mateo
no se limita a anotar el cambio de residencia de Jesús, acompaña la cita con una
referencia a la Escritura. Para comprender el significado hay que tener en
cuenta que Galilea estaba habitada por israelitas considerados por todos como
casi-paganos o medio-paganos por haber nacido del cruce de varios pueblos. Los
judíos de Jerusalén los despreciaban porque los tenían por poco instruidos,
desconocedores de la ley, de costumbres corrompidas y poco observantes de las
disposiciones rabínicas. Tampoco se fiaban de ellos por sus tendencias
subversivas en campo político (fueron los galileos los que iniciaron el
movimiento zelota, responsable de sanguinarias revueltas contra el imperio
romano).
En
esta región situada en la periferia de la tierra santa, en esta “Galilea de los
paganos” (v. 15), Jesús inicia su misión y con esta elección indica quiénes son
los primeros destinatarios de su luz: no son los judíos puros, sino los
excluidos, los alejados.
Admirado
ante a la fe del centurión –jefe del destacamento de soldados destacados en
Cafarnaún– un día exclamará: “en verdad les aseguro que no he encontrado en
todo Israel una fe tan grande. Ahora les digo: vendrán muchos del oriente y del
occidente para sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los
cielos mientras los que debían entrar en él serán echados a las tinieblas de
afuera” (Mt 8,10-11). También les hará notar a los sumos sacerdotes y a los
ancianos el sorprendente cambio: “En el camino al Reino de los Cielos los
publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes” (Mt 21,31).
El
cambio de residencia –un hecho bastante banal en sí mismo– ha sido leído por
Mateo en su significado teológico, como el cumplimiento de la profecía de
Isaías: “La gente que vivía en la obscuridad ha visto una luz muy grande; una
luz ha brillado para los que viven en lugares de sombras de muerte” (v. 16).
Con el inicio de la actividad pública de Jesús, ha brillado entre los montes de
Galilea la aurora de un nuevo día, ha surgido la luz de la que hablaba el
profeta.
El
último versículo de esta primera parte presenta la proclamación de Jesús:
“Conviértanse porque el Reino de Dios está cerca” (v. 17).
Conviértanse
no significa “hacerse un poco mejor, rezar mejor, hacer alguna obra buena
extra”, sino “cambiar radicalmente de modo de pensar y de actuar”. Quienes han
estado cultivando proyectos de muerte deben abrirse a decisiones de vida,
quienes se han movido en tinieblas deben dirigirse hacia la luz. Solo quien
está dispuesto a llevar a cabo este cambio puede entrar en el reino de los
cielos (no en el paraíso, sino en la nueva condición de quien ha escogido
jugarse la vida según la palabra de Cristo).
En
la segunda parte del pasaje se cuenta la vocación de los primeros cuatro
discípulos. No se trata del relato de la llamada a los primeros apóstoles (los
cuatro evangelistas narran el hecho de manera bastante diferente el uno del
otro), sino de una catequesis que quiere hacer comprender lo que significa para
el discípulo decir sí a Cristo que invita a seguirlo. Es un ejemplo, una
ilustración de lo que quiere decir convertirse.
Hay
que señalar la insistencia de verbos de movimiento. Jesús no se detiene ni un
instante: “Caminaba junto al mar.…Yendo más allá…Recorría toda la Galilea” (vv.
18.21.23).
Quien
ha sido llamado debe comprender que no se le concederá ningún reposo, que no
habrá ninguna parada en el camino. Jesús quiere ser seguido noche y día y por
toda la vida, no existen momentos que serán dispensados de los compromisos
adquiridos.
La
respuesta debe ser pronta y generosa como la de Pedro, Andrés, Juan y Santiago
quienes “inmediatamente abandonan las redes, la barca y al padre, lo siguieron”
(vv. 20.22).
No
hay que interpretar mal el “abandono” del propio padre. No significa que quien
se convierta en cristiano (o escoja la vida religiosa) debe desinteresarse de
sus padres. En el pueblo judío el padre era el símbolo del lazo con los
antepasados, del apego a la tradición. Es esta dependencia del pasado la que
debe ser rota cuando se convierte en un impedimento para acoger la novedad del
evangelio. La historia, las tradiciones, la cultura de cada pueblo deben ser
respetadas y valorizadas, pero sabemos que no todos los usos, costumbres,
estilos de vida recibidos son conciliables con el mensaje de Cristo.
La
exigencia de Jesús hace referencia a la elección dramática que los primeros
cristianos estaban llamados a hacer: si decidían hacerse cristianos eran
rechazados por la familia, repudiados por los padres, expulsados de la sinagoga
y excluidos del propio pueblo.
También
hoy los hay quienes tienen que enfrentarse con la ineludible alternativa entre
el amor por el “padre” y la elección de Cristo. Baste pensar lo que significa
para un musulmán, para un judío, para un pagano, para un budista la adhesión al
cristianismo.
Para
todos, no obstante, dejar al padre implica el abandono de todo lo que es
incompatible con el evangelio. A la invitación a seguirlo, Jesús añade la
tarea: “Les haré pescadores de hombres” (v. 19).
La
imagen está tomada de la actividad desarrollada por los primeros apóstoles. No
estaban pescando con cebo sino con red y su trabajo consistía en sacar peces
fuera del mar (así se llamada inapropiadamente el lago de Galilea).
En
el simbolismo bíblico, el mar era la morada del demonio, de las enfermedades,
de todo lo que se oponía a la vida. El mar es profundo, obscuro, peligroso,
misterioso, terrible. En el mar viven los monstruos y en él, ni los más hábiles
marineros se sientes seguros.
Pescar
hombres significa sacarlos fuera de la condición de muerte en que se
encuentran, quiere decir arrancarlos de las fuerzas del mar que como aguas
impetuosas, los dominan, los arrastran y los sumergen.
El
discípulo de Cristo no teme a las olas y las afronta valientemente aun cuando
sean borrascosas. No desespera en el afán de salvar a un hermano aunque se
encuentre en situaciones humanamente desesperadas por ser esclavo de la droga,
del alcohol, de pasiones desenfrenadas o por tener un carácter irascible,
agresivo, intratable…No existe ninguna situación que no pueda ser recuperada
por el discípulo de Cristo.
La
tercera parte (v. 23) resume con tres verbos lo que Jesús hace en favor de los
hombres: enseña y, por tanto, es luz para todo hombre; predica la Buena
Noticia, es decir, anuncia a todos una palabra de esperanza, asegura que el
amor de Dios es más fuerte que el mal del hombre, y cura a los enfermos. No se
limita a proclamar la salvación, sino que la lleva a cabo con hechos concretos,
mostrando a los discípulos lo que están llamados a hacer: deben crear, a través
del anuncio del evangelio, hombres nuevos, una sociedad nueva, un mundo nuevo.