Entre
el cielo y la tierra…“la palabra”
Introducción
¿Es de
fiar la palabra del hombre?
No mucho.
Desconsolado y sin ilusión, el salmista iba repitiendo: “Escasean los fieles,
han desaparecido los leales entre los hombres. No hacen más que mentirse unos a
otros, hablan con labios mentirosos y doblez de corazón” (Sal 12,1-2). Hoy la
palabra sigue devaluada: no se cree en las promesas, solo confiamos en
documentos escritos y firmados; “hechos y no palabras”, oímos una y otra vez.
¿Ocurre
así con la palabra de Dios?
Por diez
veces consecutivas se repite en el libro del Génesis esta afirmación: “Dios
dijo…y así fue”. “Por la palabra del Señor se hizo el cielo. Porque él lo dijo,
y existió, él lo mandó, y surgió” (Sal 33,6.9.). Su palabra no es como la del
hombre; es viva y eficaz, realiza lo que anuncia, no miente y no engaña.
La mística
griega proponía entrar en relación con Dios a través de éxtasis, visiones,
raptos; la espiritualidad bíblica coloca, por el contrario, en primer lugar la
escucha, porque está convencida de la absoluta confiabilidad de la palabra del
Señor.
“Escucha
Israel” es la oración más entrañable de la piedad judía (cf. Dt 6,4). “Escucha
la palabra del Señor”, recomiendan los profetas (cf. Is 1,10; Jer 11,3).
“Escuchar es mejor que ofrecer sacrificios”, declara el profeta Samuel (1 Sam
15,22). “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; me has abierto el oído” declara
el salmista (Sal 40,7).
En la
Biblia, escuchar no significa recibir una comunicación o una información, sino
adherir a una propuesta, acoger, custodiar en el propio corazón y poner en
práctica lo escuchado. Equivale a otorgarle confianza a Dios.
Quien
escucha la palabra con estas disposiciones es dichoso y bienaventurado (cf. Lc
11,28).
* Para
interiorizar el mensaje, repetiremos: “El pan material nos mantiene en vida
otro día más, la Palabra de Dios da la vida eterna.
Primera
Lectura: Isaías 55,10-11
10Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino
que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al
sembrador y pan para comer, 11así será mi Palabra, que sale de mi
boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. –
Palabra de Dios
Dios está
en el cielo y el hombre en la tierra (cf. Qo 5,1). Las súplicas suben hasta el
Señor, él las escucha y envía su palabra, obradora de prodigios (cf. Sal 147,
15-18). Dóciles, los seres inanimados obedecen a Dios: “Trata como quiere al
ejercito del cielo” (Dn 4,32). “Envía el rayo y él va, lo llama y obedece
temblando; a los astros que brillan gozosos en sus puestos de guardia, los
llama y responden: ¡Presentes! Y brillan gozosos para su Creador” (Bar
3,33-35).
No es así
con el hombre. En los seres libres, la palabra de Dios puede actuar solo si es
acogida, si cae en un terreno fértil que le permite producir fruto.
El pasaje
que cierra el libro del Segundo-Isaías (Deutero-Isaías), y que nos viene
propuesto hoy, es un himno a la eficacia vivificante de la palabra de Dios.
Para comprenderlo y gustarlo, es necesario colocarlo en el contexto histórico
en que ha sido compuesto.
Estamos en
la segunda mitad del siglo VI a.C. Hace ya muchos años que los israelitas se
encuentran en Babilonia y, con creciente insistencia, se preguntan: ¿Podremos
un día regresar y ver de nuevo nuestra tierra?
A estas
personas cansadas y abatidas Dios envía un profeta para anunciarles su
inminente liberación. Pasan algunos años y no sucede nada, dando paso a la
desilusión y al abatimiento. ¿Cómo es así que la palabra de Dios no se cumple?
¿También él, como los hombres, es infiel a sus promesas?
El profeta
responde a esta duda con una imagen. La palabra de Dios es como la lluvia y
como la nieve: caen del cielo y no regresan sin haber producido el objetivo a
que eran destinadas; poseen un dinamismo irresistible, una energía que fecunda
y hace germinar el grano, la hierba verde y las flores. La palabra enviada del
cielo, jamás regresa a Dios “con las manos vacías”, lleva siempre consigo algún
fruto. Los resultados, ciertamente, dependen también de la tierra en la que
cae, pero, a donde llega, nada permanece como antes.
La imagen
de la lluvia y de la nieve y la referencia al ciclo de la estaciones y al lento
crecimiento de la semilla es una invitación a no esperar resultados inmediatos.
La palabra de Dios actúa, a veces, en tiempos dilatados porque tiene que tratar
con las reacciones, las decisiones e incluso con el endurecimiento, la
obstinación, terquedad y testarudez del hombre. Son necesarias la paciencia, la
capacidad de esperar, de mirar hacia el futuro, junto a una confianza a toda
prueba en la fuerza vivificante de esta palabra.
Los
israelitas deportados en Babilonia supieron esperar, mantuvieron firme la
convicción de que: “la palabra de Dios es recta y su actuación es fiable” (Sal
33,4) y, después de algunos años, un primer grupo de ellos pudo dejar
Mesopotamia y regresar a la tierra de los padres.
Quien se
fía de la palabra del Señor, un día podrá verificar sus efectos prodigiosos.
Salmo 64, 10. 11.
12-13. 14
R/. La semilla cayó en tierra buena y
dio fruto.
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales. R/.
Así preparas la tierra.
Riegas los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes. R/.
Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría. R/.
Las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan. R/.
Segunda
Lectura: Romanos 8,18-23
18Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden
comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros. 19La
humanidad aguarda ansiosamente que se revelen los hijos de Dios. 20Ella
fue sometida al fracaso, no voluntariamente, sino por imposición de otro; pero
esta humanidad, tiene la esperanza 21de que será liberada de la
esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de
Dios. 22Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo
con dolores de parto. 23Y no sólo ella; también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición
de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo. – Palabra de Dios
Quien se
encuentra en un laberinto piensa, se angustia, se aturrulla, gira y se
desespera, y termina por encontrarse siempre en el punto de partida. Solo un
par de alas que le hiciera levantar el vuelo, le permitiría contemplar, desde
lo alto, la posición en que se encuentra y descubrir el camino hacia la libertad.
Lo que
ocurre en la tierra, el agitarse de los hombres, el sucederse de
acontecimientos a menudo absurdos, los dramas humanos…todo eso constituye un
enigma inexplicable hasta que no se sube al cielo, hasta Dios. Si se escrutan
con el Señor los horizontes más lejanos, se llega a descubrir el sentido de
todo lo que ocurre en este mundo. La realidad en que vivimos presenta motivos
innegables para ser pesimistas, pero quien entra en la perspectiva de Dios,
recupera, aunque con fatiga, a veces, la serenidad y la esperanza.
La
creación, dice Pablo, ha sido sometida a la caducidad, a la esclavitud, a la
corrupción y grita su dolor. Ha sido sometida a un proceso absurdo, contrario a
aquel para el que ha sido creada. El pecado, el egoísmo, la han descontrolado.
Ahora el hombre se estremece de pavor ante las consecuencias de sus errores: ve
amenazada la fertilidad de la tierra, la salubridad del aire, la limpieza del
agua; constata los daños infligidos a las plantas y a los animales, sabe de
haber llenado los fondos marinos de desechos y de bombas…Esta creación espera
ser redimida: quiere ser reconducida al proyecto de Dios, quien, al inicio,
había contemplado complacido todo lo que había hecho porque “era muy bueno”
(Gen 1,31).
Pablo nos
invita a no desesperar y a no interpretar el grito de la creación como el
lamento de un moribundo. Éste asemeja más bien al de una parturienta que está a
punto de dar a luz una nueva vida. Los cristianos no permanecen insensibles al
grito de la creación, pero no se abaten porque están seguros de que, no
obstante las apariencias contrarias, la palabra de Dios llevará a cumplimiento
la nueva creación.
Evangelio:
Mateo 13,1-23
13,1Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. 2Se
reunió junto a él una gran multitud, así que él subió a una barca y se sentó,
mientras la multitud estaba de pie en la orilla. 3Les explicó muchas
cosas con parábolas: Salió un sembrador a sembrar. 4Al sembrar, unas
semillas cayeron junto al camino, vinieron las aves y se las comieron. 5Otras
cayeron en terreno pedregoso con poca tierra. Al faltarles profundidad brotaron
enseguida; 6pero, al salir el sol se marchitaron, y como no tenían
raíces se secaron. 7Otras cayeron entre espinos: crecieron los
espinos y las ahogaron. 8Otras cayeron en tierra fértil y dieron
fruto: unas ciento, otras sesenta, otras treinta. 9El que tenga
oídos que escuche. 10Se le acercaron los discípulos y le
preguntaron: ¿Por qué les hablas contando parábolas? 11Él les respondió:
Porque a ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los
cielos, pero a ellos no se les concede. 12Al que tiene le darán y le
sobrará; al que no tiene le quitarán aun lo que tiene. 13Por eso les
hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni
comprenden. 14Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: Por más
que escuchen, no comprenderán, por más que miren, no verán. 15Se ha
endurecido el corazón de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han
tapado los ojos. Que sus ojos no vean ni sus oídos oigan, ni su corazón
entienda, ni se conviertan para que yo los sane. 16Dichosos en
cambio los ojos de ustedes porque ven y sus oídos porque oyen. 17Les
aseguro que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que ustedes ven, y no lo
vieron, y escuchar lo que ustedes escuchan, y no lo escucharon. 18Escuchen
entonces la explicación de la parábola del sembrador. 19Si uno
escucha la palabra del reino y no la entiende, viene el Maligno y le arrebata
lo sembrado en su mente; ése es como lo sembrado junto al camino. 20Lo
sembrado en terreno pedregoso es el que escucha la palabra y la recibe
enseguida con gozo; 21pero no echa raíz y resulta un entusiasmo
pasajero. Llega la tribulación o persecución por causa de la palabra e
inmediatamente falla. 22Lo sembrado entre espinos es el que escucha
la palabra; pero las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza la
ahogan y no da fruto. 23Lo sembrado en tierra fértil es el que
escucha la palabra y la entiende. Ése da fruto: ciento o sesenta o treinta. –
Palabra del Señor
Los teólogos y predicadores exponen
sabiamente verdades muy profundas, pero a veces usan un lenguaje complicado,
opaco, arcano, retorcido. Casi dan la impresión de no preocuparse de que la
gente entienda, de que se muestre interesada, se apasione o, por el contrario,
de que se esté aburriendo. Jesús usaba un acercamiento pedagógico diverso: aun
cuando afrontaba temas complicados, empleaba siempre un lenguaje simple,
recurría a comparaciones e imágenes, contaba historias ambientadas en la vida
de pastores, pescadores, comerciantes, recaudadores de impuestos y, sobre
todos, de campesinos entre quienes había nacido y crecido.
La
parábola, decían los rabinos, es como la torcía de una vela: cuesta pocos
centavos, sin embargo, por tenue que sea su luz, puede hacer descubrir un
tesoro.
Hoy Jesús
introduce el tema teológico más difícil, el enigma al que las mentes más agudas
y los espíritus más nobles de la humanidad han tentado en vano de dar una
respuesta: “¿Por qué el mal?”, “¿Por qué el reino de Dios encuentra tantas
dificultades en afirmarse?”. Jesús afronta el problema como su método habitual:
la parábola.
El texto
está claramente dividido en tres partes. La primera (vv. 1-9) está constituida
por la parábola; la segunda (vv. 10-17) contiene algunos dichos de Jesús de no
fácil interpretación, incluso parecen insinuar que él no quiere que se
conviertan sus oyentes; la tercera (vv. 18-23) es una aplicación de la parábola
a la vida de la comunidad.
Antes de
comenzar con cada una de las tres partes, es necesario un preámbulo. Los
expertos en la Biblia concuerdan en reconocer que la explicación de la
parábola, aunque puesta en boca de Jesús y reflejando perfectamente su
pensamiento, no ha sido pronunciada directamente por Jesús. ¿Por quién,
entonces?
Los
primeros cristianos, cuando impartían la catequesis en sus comunidades, no
estaban preocupados por transmitir literalmente lo que Jesús había dicho; se
esforzaban, más bien, en hacer comprensible y eficaz su mensaje, aplicándolo a
las situaciones concretas de sus vidas. Estaban convencidos de que los
evangelizadores no se tenían que comportar como meros repetidores; para ser
fiel a la palabra del Maestro, debían actualizar su mensaje. Quien en realidad
repite de manera exacta las palabras de una persona, no siempre refiere de un
modo auténtico su mensaje.
Los
primeros cristianos, por tanto, han modificado un poco, a veces, esta o aquella
parábola o bien han añadido una explicación para adaptarlas a la situación de
sus comunidades.
Esto es
justamente lo que ha sucedido con la parábola que nos viene propuesta hoy.
Jesús la ha narrado para impartir una enseñanza a sus oyentes y los primeros
cristianos la han releído y aplicado a los problemas concretos de sus vidas,
problemas que no eran propiamente los mismos que afectaban a los discípulos que
habían escuchado a Jesús. Así ha nacido la “catequesis actualizada” que se
encuentra en los vv. 18-23.
Comencemos
clarificando el sentido y el mensaje que tenía la parábola en boca de Jesús y,
a continuación, después de haber interpretado los difíciles versículos
centrales, explicaremos la lectura de la parábola que han hecho las comunidades
de Mateo.
Una manera
extraña de sembrar (vv. 1-9). Hay un detalle en la parábola que llama
inmediatamente la atención: el desperdicio de la semilla que viene esparcida en
grandes cantidades en un terreno estéril. Nos asombra el comportamiento tan
descuidado del agricultor. Exactamente tres cuartas partes del relato están
dedicadas al grano que va a caer en el camino, en lugares pedregosos o entre
espinas y es devorado por los pájaros o se quema o es sofocado.
La
insistencia sobre el desperdicio, sobre el fracaso, sobre las perspectivas poco
prometedoras es un elemento importante: refleja la realidad del mundo en que el
mal parece mucho más pujante, más eficiente que el bien. Nótese el progresivo,
machacante, extra-poder: la semilla no despunta, lo que despunta no crece, lo que
crece es sofocado. ¿De qué depende? ¿Por qué sucede esto? Si Dios es bueno,
¿por qué su reino no se desarrolla sin oposición? Estos son los interrogantes a
los que Jesús quería dar una respuesta.
Para
comprender la parábola hay que tener en cuenta que en aquel tiempo la siembra
no se hacía después de que el campo había sido preparado, sino antes. El
campesino no comenzaba arando, escardando, arrancando hierbajos, quitando
piedras, sino que antes sembraba y después pasaba el arado. Se entiende ahora
por qué parte de la semilla cayera entre piedras, en medio a las malas hierbas
o sobre los pequeños senderos que se formaban por las pisadas de los campesinos
durante el tiempo de la cosecha o durante los periodos en que se daba descanso
a los terrenos de cultivo.
Quien
observa al agricultor de la parábola pensará que está trabajando en vano, que
desperdicia semilla y energía. Es difícil creer que en un campo reducido a
aquel estado puede germinar cosa alguna. Sin embargo, después de la siembra, he
aquí el resultado del paso del arado: los senderos desaparecen, las espinas y
las malas hiervan se quitan, las piedras son trasladadas y el campo que parecía
improductivo, después de poco tiempo, se cubre primero de brotes de grano y
seguidamente de rubias espigas. ¡Un auténtico milagro!
Jesús
cuenta esta parábola en un momento difícil de su vida: ha sido expulsado de
Nazaret, lo han tomado por loco en Cafarnaúm, los fariseos lo quieren matar y
muchos discípulos lo abandonan. Parece como si toda su predicación cayera en
saco roto; las condiciones son demasiado desfavorables, su palabra parece
destinada a morir (cf. Mt 11–12).
Con esta
parábola Jesús quería transmitir un mensaje a sus discípulos descorazonados que
lo interrogaban sobre la utilidad del trabajo apostólico que estaba
desarrollando: a pesar de todas las contradicciones y los obstáculos, su
palabra daría fruto abundante porque es portadora de una fuerza de vida
irresistible.
Contrariamente
a todas las expectativas, la venida del mesías no ha sido clamorosa, no han
tenido gran resonancia. Su paso por este mundo se podría catalogar entre los
más insignificantes: nada cambió en la vida social y política de su pueblo.
Juna el Bautista ha sido más famoso que él. Jesús ha desaparecido en la tierra
como una pequeña semilla, débil, casi invisible y, sin embargo, después de poco
tiempo, esta semilla ha comenzado a germinar. El evangelio ha comenzado a
fermentar a la humanidad y nosotros, hoy, podemos verificar que el mensaje de
la parábola del sembrador se está realizando.
Todos nos
hemos preguntado alguna vez si vale la pena seguir anunciando la palabra de
Dios en un mundo y en una sociedad corrompida como en la que vivimos, si
todavía tiene sentido hablar de las bienaventuranzas evangélicas y hacer
catequesis a personas que no escuchan, que tienen el corazón endurecido,
piensan solamente al dinero, a las diversiones, a lo que es caduco, fugaz,
efímero. ¿No están los catequistas y evangelizadores sembrando en vano? Cuando
surgen estos pensamientos, es el momento de profesar la propia fe en la fuerza
divina contenida en la palabra del evangelio.
¿Por qué
Jesús habla en parábolas? (vv. 10-17)
Hacia la
mitad de su vida pública, Jesús hace una balance y constata que son muy pocas
las personas que han aceptado su mensaje. ¿Hay que extrañarse de esto? No,
responde. Tampoco los profetas del Antiguo Testamento eran escuchados. En
tiempos de Isaías, por ejemplo, la gente se tapaba los oídos para no escuchar
la palabra de Dios y endurecía el corazón para no convertirse (vv. 14-15).
He aquí la
razón por la que Jesús recurre a las parábolas: hace un nuevo tentativo para
desbloquear la situación. Piensa que con este lenguaje simple y concreto será
más fácil abrir brecha en el corazón de sus oyentes. La parábola obliga a
reflexionar, a buscar el significado recóndito, hace pensar, nos hace entrar en
nosotros mismos y puede, por tanto, provocar la conversión.
Estos
versículos son una invitación a abrir, lo más pronto posible, ojos, oídos y
corazón, de lo contrario las parábolas se quedan en relatos enigmáticos y no
producen ningún fruto.
Los cuatro
tipos de terreno (vv. 18-23)
La
aplicación de la comparación a la vida de las Comunidades tiene como objetivo
ayudar a los discípulos a identificar las dificultades que la palabra de Dios
encuentra en cada uno. La escasez de resultados no depende ni de la semilla ni
del sembrador, sino del tipo de terreno.
Existe, en
primer lugar, un corazón duro, convertido en tal –como ocurre con el suelo de
un sendero– por las muchas personas que lo han pisado. Representa el corazón
impenetrable a la palabra de Cristo porque ha asimilado el modo de razonar de
este mundo, se ha adaptado a la moral corriente, ha hecho propios los valores
propuestos por los hombres. Esto es obra del maligno, el demonio devastador que
se insinúa en los pensamientos, en los sentimientos, colmándolos de mezquindad,
de frivolidad, de propuestas insensatas de vida, de razonamientos delirantes.
Está,
después, el corazón inconstante que se entusiasma fácilmente, pero después de
pocos días, vuelve a ser como antes. Es como una piedra cubierta por una fina
capa de tierra: si se planta en ella una semilla, germina, pero se seca
inmediatamente.
También
hay un corazón inquieto que se agita por los problemas de este mundo, que añora
el éxito y la riqueza, que alimenta sueños mezquinos. Estas preocupaciones son
como las espinas: sofocan la semilla de la palabra.
Finalmente,
he aquí el corazón bueno en el que el evangelio produce frutos abundantes.
