Pestañas

32 Domingo del Tiempo Ordinario– Año A

Lo difícil no es creer sino perseverar en la fe
Fernando Armellini

 

Introducción

 Israel ha experimentado la fidelidad de su Dios y por eso ha acuñado la expresión hesed we ‘emet, utilizada frecuentemente en la Biblia y que se puede traducir por: fiel en el amor. Cuando el Señor estipula una alianza permanece fiel a lo pactado, aunque la otra parte traicione los compromisos adquiridos; cuando Dios hace una promesa, nunca falta a su palabra.

Pablo estaba profundamente convencido de ello: “Porque Dios es fiel y Él los llamó a la comunión con su Hijo” (1Cor 1,9); “Si le somos infieles, él se mantiene fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13) y recordando la infidelidad de Israel, exclama: ¿“Qué pasa si algunos fueron infieles? ¿Anula su infidelidad la fidelidad de Dios? ¡De ningún modo! (Rom 3,3-4).

¿Podrá alguna vez el hombre corresponder a este amor?

En la Biblia se habla de hasidim (los fieles; de hesed, fiel) y ya antes de Cristo, un grupo de personas pías y virtuosas –que se dieron así mismos este nombre– se propusieron encarnar al israelita ideal, observante de la ley, dispuesto hasta el martirio antes de traicionar la propia fe. Esta corriente espiritual se ha mantenido en el pueblo judío hasta hoy. He aquí un escrito de uno de estos hasidim dejado a la puerta de la cámara de gas y encontrado después de la guerra: “Dios de Israel, has hecho todo lo posible para que dejara de creer en ti. Si alguna vez has pensado poder hacerme desviar de mi camino, pues bien, yo te digo, Dios mío, Dios de mis padres, no lo lograrás. Me puedes golpear, me puedes quitar lo que considero más precioso en este mundo, atormentarme hasta la muerte, pero yo continuaré a creer siempre en ti. Te amaré siempre. Muero como he vivido, creyendo firmemente en ti”.

Cuando sopla el viento de la prueba: “la luz de los honrados es alegre, lámpara de los malvados se apaga” (Prov 13,9).

 * Para interiorizar el mensaje, repetiremos: “Haz, oh Señor, que pueda decir en el último día de mi vida, lo que dijo Pablo: “He terminado mi carrera, me he mantenido fiel”.

 

Primera Lectura: Isaías 45,1.4-6

6,12La Sabiduría es luminosa y eterna, la ven sin dificultad los que la aman, y los que van buscándola, la encuentran; 13ella misma se da a conocer a los que la desean. 14Quien madruga por ella, no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. 15Meditar en ella es la perfección de la prudencia, el que se desvela por ella pronto estará libre de preocupaciones; 16ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen, los aborda benigna por los caminos, y les sale al paso en todo proyecto. – Palabra de Dios

 

Más que la riqueza, la belleza y la fuerza, los israelitas -como todos los pueblos de la antigüedad- estimaban la sabiduría. Valoraban a aquellos que escrutaban los secretos de la naturaleza, a los que componían proverbios, canciones y poesías, a los que reflexionaban sobre los enigmas del mundo, sobre la vida y la muerte, sobre la alegría y el dolor. El más famoso de los sabios fue Salomón, “cuya sabiduría superó a la de los sabios de Oriente y de Egipto” (1 Re 5,9-14).

Cuando la Biblia habla de “sabiduría” se refiere, sobre todo, al arte de orientar bien la propia vida. Sabio es aquel que, reflexionando sobre la propia experiencia, sobre las enseñanzas de otros sabios que lo han precedido, sobre los acontecimientos de la historia de su pueblo, saca conocimientos útiles para sí mismos y para los demás, sabe distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, logra controlar los propios instintos y pasiones, actúa con ponderación y lealtad, es leal en el hablar y en el actuar, es humilde y modesto.

En el mundo, sin embargo, no existe una única sabiduría: junto a la de Dios, está la de la “serpiente” que la Biblia presenta como la más astuta de las criaturas salidas de las manos del Señor Dios (cf. Gn 3,1). Es la imagen de la astucia del hombre que pretende convertirse en dueño absoluto de su destino, quien, sin embargo, excluyendo a Dios de la propia vida, termina por decretar su propia ruina.

¿Podrá éste enorgullecerse del título de “sabio”? La respuesta de la Biblia es: no. Solo un insensato puede proclamar en su corazón: “¡Dios no existe!” (Sal 14,1).

Es fundamental, por tanto, que cada hombre, cada familia, cada pueblo, examine cuál es la “sabiduría” que lo guía, que lo lleva de la mano: ¿Es la de Dios o la de la serpiente? ¿De qué “sabiduría” provienen las decisiones que se toman? Es ésta una cuestión de vida o muerte.

El autor del pasaje que nos viene propuesto hoy, es un sabio que ha descubierto la sabiduría de Dios y quiere que sus lectores se enamoren de ella, por esto la presenta personificada, como una espléndida muchacha, como una maravillosa niña que juega y bromea en la presencia Dios: es luminosa e incorruptible, quien la ama no se cansa nunca de contemplarla (v. 12).

¿Y las penas de amor? Las experimenta quien se siente rechazado, quien ve continuamente cómo la amada se le escapa, quien descubre que la mujer de sus sueños es inalcanzable. ¿Es, quizás, tan ardua la empresa de obtener la sabiduría de Dios?

¡No!, responde nuestro autor; quien la busca, la encuentra fácilmente (v. 12); es más, es ella misma la que avisa a quien la ama, la que se vale de mil estratagemas para hacerse conocer (v. 13). Desde por la mañana sale en busca del hombre sabio para deleitarlo con su belleza y, con el fin de seducirlo, se hace la encontradiza en la puerta de su casa (v. 14).

Es la sabiduría misma a enamorarse, a sentirse fascinada por aquellos que “son dignos de ella”. Cuando los descubre, no los abandona más, los acompaña a lo largo de todos los caminos (v. 16).

El pasaje concluye proclamando bienaventurado y libre de preocupaciones a quien hace suya la sabiduría de Dios, a quien confía a ella la propia vida (v. 15).

 

Salmo 62, 2abc. 2d-4. 5-6. 7-8
R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
 
Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.
 
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R/.
 
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.
 
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo. R/.

 

Segunda Lectura: 1 Tesalonicenses 4,13-18

4,13No quiero que sigan en la ignorancia acerca de los difuntos, para que no estén tristes como los demás que no tienen esperanza. 14Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él. 15Esto se lo decimos apoyados en la Palabra del Señor: los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos; 16porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los que murieron en Cristo; 17después nosotros, los que quedemos vivos, seremos llevados juntamente con ellos al cielo sobre las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. 18Consuélense mutuamente con estas palabras. – Palabra de Dios

 

En las primeras comunidades cristianas se había difundido la creencia de que Jesús regresaría muy pronto para llevarse a los discípulos e introducirlos en el reino del Padre. También Pablo compartía esta idea. ¿De dónde procedía, cómo había surgido?

Es algo espontaneo y natural imaginar que la propia generación sea la última y que el mundo termine con nosotros. Hasta aquí nada de extraño. Los problemas comienzan cuando aparecen los así llamados “milenaristas” quienes, aprovechándose de la ingenuidad de la gente, anuncian acontecimientos espantosos y hacen perder la cabeza a más de uno convenciéndoles que han llegado los “últimos días”. Las consecuencias de estos fanatismos pueden ser trágicas.

En tiempos de Pablo, la espera inminente del fin del mundo era alimentada, sobre todo, por los rabinos, quienes decían que, a causa de las innumerables desgracias que habían llovido sobre su pueblo, de tantos sufrimientos, humillaciones, violencias de todo tipo que Israel continuaba a soportar cada día, Dios intervendría pronto para dar comienzo a su reino. Incluso algunas frases de Jesús, interpretadas a la letra y de manera equivocada, habían contribuido a fomentar estas expectativas (cf. Mt 24).

En Tesalónica la espera inminente del fin de mundo comenzaba a crear serios problemas, tanto que Pablo sintió la necesidad de intervenir. Algunos, convencidos de que les quedaba ya poco tiempo que vivir y que las reservas de víveres que tenían podrían ser suficientes, no trabajaban más, convirtiéndose en vagabundos, desacreditando así a toda la comunidad.

Existía además un problema teológico que suscitaba perplejidad e interrogantes: se refería a la suerte de los difuntos. Había quien se preguntaba: si el Señor vendrá a llevarnos a nosotros, los vivos, ¿qué ocurrirá con nuestros parientes y amigos que han muerto?

En la lectura de hoy viene aclarado el segundo problema. Al primero, el cruzarse de brazos y dejar de trabajar, responderá en una segunda carta dirigida a la misma comunidad.

Pablo comienza llamando la atención sobre algunas verdades fundamentales: la primera es de frente a la muerte, paganos y cristianos se encuentran en posiciones no solo diferentes, sino opuestas; los primeros “no tienen esperanza” y, por tanto, frente a la muerte no pueden hacer otra cosa que desesperarse: para ellos es el final de todo. Los cristianos, por el contrario, creen en la vida eterna, saben que la vida de Dios recibida en el bautismo no viene interrumpida por la muerte; aun sufriendo la ausencia de una persona querida, no se entristecen “como aquellos que no tienen esperanza” (v. 13).

La segunda verdad que tienen que tener presente los Tesalonicenses, es la resurrección de Cristo (v.14). Jesús ha vencido a la muerte, ha entrado en la gloria del Padre y llevará consigo a todos aquellos que en el bautismo se han unido a él.

La tercera verdad consoladora (vv. 15-17) es que, cuando venga Señor, no habrá ninguna diferencia entre los que hayan muerto y los que todavía estén con vida: todos serán recogidos y estarán para siempre con el Señor.

En estas verdades -que constituyen el núcleo de la fe- los cristianos tienen que encontrar la respuesta al enigma que desde siempre angustia a los hombres, el enigma de la muerte.

 

Evangelio: Mateo 22,15-21

25,1Entonces el reino de los cielos será como diez muchachas que salieron con sus lámparas a recibir al novio. 2Cinco eran necias y cinco prudentes. 3Las necias tomaron sus lámparas pero no llevaron aceite. 4Las prudentes llevaban frascos de aceite con sus lámparas. 5Como el novio tardaba, les entró el sueño y se durmieron. 6A media noche se oyó un clamor: ¡Aquí está el novio, salgan a recibirlo! 7Todas las muchachas se despertaron y se pusieron a preparar sus lámparas. 8Las necias pidieron a las prudentes: ¿Pueden darnos un poco de aceite?, porque se nos apagan las lámparas. 9Contestaron las prudentes: No, porque seguramente no alcanzará para todas; es mejor que vayan a comprarlo a la tienda. 10Mientras iban a comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron con él en la sala de bodas y la puerta se cerró. 11Más tarde llegaron las otras muchachas diciendo: Señor, Señor, ábrenos. 12Él respondió: Les aseguro que no las conozco. 13Por tanto, estén atentos, porque no conocen ni el día ni la hora. – Palabra del Señor

 

Hay en la parábola de hoy algunos detalles extraños, poco verosímiles, es más, contradictorios. Enumero algunos: ¿Por qué las vírgenes necias no entran al banquete de boda con el poco aceite que aún les quedaba? ¿Cómo se les ocurre ir a comprar más aceite al mercado? A media noche no hay mercados abiertos. Las vírgenes prudentes son introducidas con gran pompa en la fiesta, pero uno se queda con las ganas de echarlas fuera. La verdad es que no sabríamos qué hacer con amigos tan egoístas como estas jóvenes.

La recomendación con la que se concluye la parábola: “vigilen, pues, porque Uds. no saben ni el día ni la hora” (v.13), parece no tener nada que ver con la parábola porque también las vírgenes prudentes se han dormido y ninguna de ellas ha estado en vigilia.

También la figura del esposo (que representa claramente a Cristo) no es para nada simpática. Es un tipo extraño: llega a una hora imposible y, después, justamente en el día en que debería mostrar amable con todos, comienza a amenazar y a expulsar a las personas por faltas de poca monta, de poca importancia. ¿Quién entraría sin aprensión en un banquete semejante?

Para comprender estos detalles extraños, hay que tener en cuenta, ante todo, que nos encontramos frente a una parábola y que tratándose de este género literario no todo es lógico; a veces, vienen introducidos elementos narrativos que tienen como única finalidad excitar la fantasía del oyente, manteniéndolo interesado y atento para que asimile mejor el mensaje. Los detalles dramáticos de nuestra parábola, se deben –como ya lo hemos dicho en otras ocasiones– al típico gusto oriental por imágenes impactantes. No es pues sobre éstas que debemos centrar nuestra atención, sino sobre el mensaje central.

Hay otro dato importante a tener en cuenta para comprender la parábola: el relato inicial de Jesús ha sido retocado por Mateo adaptándolo a las necesidades catequéticas de sus comunidades. Veremos cómo.

Las fiestas de bodas en Israel eran muy solemnes y duraban una semana. En el primer día, el esposo se dirigía a las casa de los suegros para llevarse consigo a la esposa. Lo esperaban para darle la bienvenida las damas de honor (las muchachas solteras del pueblo) quienes cantando, danzando y si era de noche llevando lámparas encendidas, acompañaban a la amiga que se casaba al nuevo hogar donde se celebraba el banquete de bodas.

Jesús se inspira en esta ceremonia –a la que seguramente asistiría muchas veces– para componer una parábola que sirviera para trasmitir su mensaje. Si se tiene presente que tanto el número cinco como la virgen son símbolos del pueblo de Israel y que el número diez indica la totalidad, es fácil captar el mensaje que la parábola tuvo en boca de Jesús. Las diez vírgenes representan al pueblo de Israel que espera al mesías (el esposo): una parte de este pueblo (las cinco vírgenes prudentes) está preparada para acogerlo y entra en la comunidad cristiana, otra parte, por el contrario, se muestra indiferente al mensaje de Jesús, es infiel y se queda fuera de la sala del banquete.

Cincuenta años después, cuando Mateo escribe su evangelio, el contexto histórico, cultural y religioso ha cambiado; han surgido comunidades cristianas en el mundo pagano, los problemas con los que los discípulos deben enfrentarse son diversos y, en la nueva situación, se siente más que nunca la necesidad de una palabra iluminadora del Maestro. Mateo -como buen pastor de almas atento a las necesidades espirituales de su iglesia- retoma la parábola de Jesús y la adapta a la nueva realidad.

¿Cuáles eran los problemas de las comunidades cristianas del primer siglo d.C.? Hemos visto en la segunda lectura de hoy que en las primeras décadas de la vida de la Iglesia, se había extendido la creencia de que el Señor regresaría pronto “sobre las nubes del cielo” para llevarse consigo a sus discípulos e introducirlos en la gloria. Pero no había sucedido nada; la espera febril había terminado en desilusión;  surgieron las primeras dudas, el cansancio y el desaliento se apoderaron de las comunidades y, como consecuencia, muchos cristianos abandonaron a Cristo. Algunos de estos apóstatas, se burlaban de sus antiguos hermanos de fe con frases como ésta: ¿”Qué ha sido de su venida prometida? Desde que murieron nuestros padres todo sigue igual que desde el principio del mundo” (2 P 3,4).

Desilusionados por la frustrada venida del Señor, muchos regresaban a la vida disoluta que habían llevado antes del bautismo, volvían a interesarse de comercio y demás asuntos, asumían de nuevo actitudes arrogantes frente a sus subordinados, explotaban a los esclavos como hacían antes, como quienes nunca habían oído hablar del evangelio de Cristo. Habían caído en un peligroso sueño espiritual, estaban a merced de un completo ofuscamiento de conciencia.

Para llamar de nuevo a estas personas que habían dejado que se apagara en ellas la llama de la fe y para sacudir, al mismo tiempo, a aquellos otros cuya fe se estaba reduciendo a una pequeña llama tenue e vacilante, Mateo reescribe la parábola. La escena es la del juicio de Dios, los tonos son oscuros, el lenguaje es duro y el ambiente es tenso, tal y como lo requerían las circunstancias. Se añade incluso una exhortación que ciertamente ha pronunciado Jesús en otra ocasión –“Por tanto, ¡estén atentos porque no conocen el día ni la hora!” (v.13)- pero que el evangelista retiene oportuno colocar en este contexto.

En la primera parte de la parábola (vv. 1-5) vienen introducidos dos personajes y se describen los preparativos de la fiesta.

En la nueva versión (la adaptada por Mateo para sus comunidades), las diez vírgenes no simbolizan ya a Israel sino a la iglesia que espera el regreso de su Señor, de su Esposo. Es lógico que no aparezca la esposa, pues la esposa es la comunidad cristiana representada por las diez vírgenes.

 

“Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes” (v. 2).

Aquí Mateo vuelve a un tema favorito suyo: en la comunidad cristiana conviven el bien y el mal; el grano y la cizaña crecen en el mismo campo; los peces buenos y los malos se encuentran en la misma red; gente sucia y gente limpia se sientan en la misma mesa; necios y prudentes están puestos uno junto al otro.

      Hay que notar que las vírgenes necias son nombradas en primer lugar por ser ellas las que preocupan más al pastor de almas que es Mateo. Representan a los cristianos en riesgo, a aquellos discípulos que se han adormecido y que se comportan como muchachas frívolas, llenas de vanidad, descerebradas, que pierden la cabeza por los vestidos, collares, oropeles, perfumes, el look y se olvidan de lo esencial. Orientando la vida a lo que es caduco, no dan importancia a los valores esenciales, se olvidan de la única cosa necesaria, la que María había escogido estando a los pies de Jesús y convirtiéndose en su discípula (Lc 10,38-42).

Las vírgenes prudentes, sin embargo, son los cristianos que no se dejan seducir por las vanidades y permanecen centrados en aquello que es importante en la vida.

La parábola viene propuesta a los cristianos de hoy para ayudarles a descubrir y reconocer a la “virgen necia” que llevamos dentro de cada uno de nosotros. Es ésta la que, frecuentemente y sin que nos demos cuenta, nos toma de la mano, nos aconseja, nos guía y nos sugiere decisiones insensatas.

En la segunda parte de la parábola (vv. 6-9) aparece, ante todo, el grito de llamada de atención de uno, que esta más alerta que los demás, por lo que es el primero en intuir que el esposo está a punto de llegar; seguidamente se confrontan los dos grupos y la manera opuesta como han vivido el tiempo de la espera.

El comportamiento desconcertante de las vírgenes prudentes, que rechazan compartir el aceite con las compañeras, contiene un mensaje precioso. En tiempos pasados, oíamos repetir a maestros espirituales la frase: “Lo importante es morir en gracia de Dios”, como si bastara un buen pensamiento, un buen deseo al final de la vida, para cambiar toda una existencia administrada mal. Una vida malgastada no se puede reconstruir en el último momento y nadie puede prestar una parte de la propia vida a quien ha malgastado la suya. Lo importante, por tanto, no es morir bien, sino vivir bien. Dios -es cierto- encuentra siempre el modo de salvar al hombre, pero al final de la vida cada uno se enfrentará con lo que ha construido: con un palacio espléndido y sólido o con un castillo de cartón que no resistirá al fuego del juicio de Dios, cuando: “Ese día vendrá con fuego, y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno” (1 Cor 3,13-17).

La tercera parte (vv.10-12) contiene la escena del juicio: llega el esposo, algunos son admitidos a la fiesta, otros son rechazados.

En el evangelio de Mateo, las parábolas terminan frecuentemente de modo dramático, con amenazas y castigos. No están ahí para aterrorizar, sino para ponernos en guardia sobre comportamientos erróneos que conducen al fracaso. Son una llamada de atención a dar importancia al momento presente, el único que nos ha sido dado y que ni siquiera Dios puede hacer revivir. Quien lo administra mal, lo pierde para siempre.

El cierre de la puerta del banquete indica el fin de todas las oportunidades. De aquí la urgencia de saber cómo emplear bien la vida y la imagen de la lámpara encendida sugiere la manera, el modo.

Recibirá la aprobación de Dios quien habrá tomado decisiones evangélicas, quien haya sido perseverante manteniendo encendida en la mente y en el corazón la luz de la fe aun en los momentos en los que las pruebas y dificultades quizás hayan sido más serias de lo previsto. Será condenada y declarada insensata, la decisión de quien haya seguido las propuestas de Cristo por un tiempo y, después, cansado, se haya dejado seducir por otros valores y por otros intereses.

Éste y solo éste es el mensaje de la parábola; el resto es dramatismo para hacer el mensaje más incisivo. No es, por tanto, la descripción de lo que hará Jesús al fin del mundo con quien se haya portado como un insensato.  

El epílogo (v. 13) es la última llamada a la vigilancia: el Esposo puede llegar de un momento a otro y es necesario estar siempre preparados para acogerlo.

Sería erróneo imaginar este mundo como una sala de espera en la que sentados, pacientes en incluso dormitando, los cristianos esperan a que el Señor venga a recogerlos para introducirlos en el mundo futuro.

Esta creencia (que era la de algunos cristianos de Tesalónica) ha dado origen a la falta de compromisos, al inmovilismo, a la desafección, al desinterés por los problemas del mundo y de las realidades terrestres; esta actitud es la más antievangélica que se pueda imaginar.

Jesús no viene solamente al término de nuestra vida, viene en cada instante y quiere encontrar a sus discípulos comprometidos en el servicio, en el don de sí al hermano. En su morada, la lámpara debe estar siempre encendida como punto de referencia y llamada de esperanza para el pobre en búsqueda de ayuda, para el marginado y el extranjero que invocan amor y justicia, para la mujer que pide respeto, para quien es víctima de violencia y anhela la paz, para quien se ha equivocado y tiene necesidad de compresión y de perdón.