Pestañas

II Domingo de Cuaresma– Año A

Elegidos para servir
Fernando Armellini

Introducción
“El Señor te ha elegido –dice Moisés al pueblo de Israel– entre todas las naciones de la tierra como pueblo de su propiedad” (Dt 14,2). “Solo de sus padres se enamoró el Señor, los amó y de su descendencia los escogió a ustedes entre todos los pueblos de la tierra” (Dt 10,15-16). También los cristianos son “estirpe elegida” (1 Pe 2,9). “Nos consta, hermanos queridos de Dios, que ustedes han sido elegidos” (1 Tes 1,4), declara Pablo a los Tesalonicenses. Si el Señor, como afirma Pedro, “no hace diferencia entre las personas” (Hch 10,34) ¿qué sentido tiene hablar de elección?
Las elecciones de Dios no siguen los criterios humanos: no presuponen ningún mérito, surgen de su amor gratuito. Dios se ha unido a Israel no porque fuera el más numeroso de los pueblos –al contrario, era el más pequeño– sino simplemente por amor (cf. Dt 7,5-8). Santiago recuerda el comportamiento de Dios a los cristianos de sus comunidades: ¿”Acaso no escogió Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino”? (Sant 2,5).
Cuando Dios llama a un hombre, cuando elige a un pueblo, lo hace para confiarle una tarea, una misión, para hacerlo portavoz de sus bendiciones destinadas a todos. Así Abrahán se convertirá en “una bendición para todos los pueblos de la tierra”; Israel, el siervo del Señor, tiene el encargo de “llevar el derecho a las naciones” (Is 42,1); Pablo, es “mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre los paganos, reyes e israelitas” (Hch 9,15). Las vocaciones de Dios no confieren ningún privilegio, no ofrecen ningún motivo para sentirse superiores o mejores que los demás, son una llamada de disponibilidad al servicio, a ser mediadores de salvación.

* Para interiorizar el mensaje, repetiremos: “Haznos comprender, Señor, cuán grande y comprometida es la misión a la que nos has llamado”.

Primera Lectura: Génesis 12,1-4
1El Señor dijo a Abrán:–Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y servirá de bendición. 3Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. En tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. 4Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán. – Palabra de Dios

Son casi más de dos mil millones de personas las que consideran a Abrahán su padre en la fe. El destino de este personaje –cuya figura histórica es difícil de definir porque se pierde en la noche de los tiempos– es verdaderamente singular: para hebreos, cristianos y musulmanes es el símbolo del creyente, el modelo del hombre fiel a Dios. Su nombre, que significa “el padre ama” o “el padre es exaltado”, evoca quizás el culto al Dios Padre adorado por sus antepasados en Mesopotamia, su tierra de origen.
Habitaba en Ur de los caldeos. “Mi padre era un arameo errante” recordará siempre Israel en su profesión de fe (Dt 26,5). El nombre de sus familiares, el cuadro geográfico, las costumbres, las prácticas jurídicas, el tipo de religión, los relatos de sus emigraciones sugieren colocar cronológicamente a Abrahán hacia la mitad del segundo milenio antes de Cristo. En cierto momento de su vida se produjo un cambio radical: se vio obligado a abandonar su tierra y su familia y ponerse rumbo a un país desconocido. Podemos intentar reconstruir lo que históricamente sucedió.
Mesopotamia, tierra muy fértil al ser bañada por los ríos Tigris y Éufrates era, juntamente con Egipto, la tierra más rica y avanzada del mundo. Allí se desarrollaron las técnicas agrícolas más modernas, existían escuelas superiores, una organización estatal eficiente, leyes muy sabias –baste recordar el famoso código de Hammurabi–, tribunales donde se administraba justicia con equidad. Hubiera sido una tierra feliz si no hubiera estado sometida a frecuentes invasiones por parte tribus semi-nómadas que habitaban al oeste en los márgenes del desierto, o de pueblos venidos del oriente que descendían de los altiplanos. La inseguridad que seguía a estas invasiones provocaba emigraciones forzadas de grupos, clanes, tribus, entre las que seguramente se vio envuelta la familia de Abrahán, hacia los comienzos del segundo milenio a.C.

¿Cómo ha vivido Abrahán este cambio brusco que se produjo en su vida?
El texto bíblico nos ofrece una lectura teológica de los hechos. Abrahán ha sabido discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos a que ha tenido que enfrentarse; ha entendido que el Señor le llamaba a una gran misión y ha dado su confiado consentimiento; ha visto en lo que le estaba sucediendo (aunque doloroso, dramático, desestabilizante) un proyecto del Señor y se ha fiado de él, se ha dejado conducir por él.
El pasaje que viene propuesto hoy, ocupa un puesto clave en la historia de la salvación: marca el comienzo de un capítulo nuevo para toda la humanidad.
Después de los primeros once capítulos del Génesis que narran la historia de los orígenes del mundo y del hombre, del pecado, del diluvio y de la torre de Babel, la atención del autor sagrado se centra en un individuo y en su familia, que ocupará el resto del libro. De pronto, sin previo aviso, el Señor se dirige a Abrahán con una orden perentoria: “Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre y ve a la tierra que te mostraré” (v. 1). Ninguna alusión en el relato bíblico al tiempo, al lugar, a las circunstancias, al estado de ánimo con que el patriarca ha vivido la experiencia de Dios: es una invitación a acoger, en esta vocación, el fatigoso camino espiritual propuesto a todo creyente.
A través del consejo de un amigo verdadero; en una comunicación interior; durante un retiro espiritual mientras se contempla en silencio la caída del sol; en el acontecimiento triste o alegre que desequilibra proyectos y sueños, Dios habla. Invita quizás a abandonar esa rutina que más que vivir nos hace sobrevivir; pide cortar con el pasado, con las costumbres que, aunque no nos honran mucho, al menos nos ofrecen alguna gratificación. Dios no acepta que el hombre se resigne y se adapte a falsos equilibrios; interviene, promete una vida nueva, diversa, auténtica, aunque muy comprometida y acompañada de imprevistos. No hay que extrañarse, por tanto, si de la tierra dejada atrás permanezca por largo tiempo el recuerdo y hasta la añoranza.
Dios no revela a Abrahán hacia dónde lo conduce ni tampoco le indica las etapas difíciles que deberá recorrer porque tendría miedo y ciertamente se desanimaría. Dios se comporta de la misma manera con todo hombre: lo llama a la conversión y solo poco a poco le va indicando los pasos que debe dar. Momento a momento, día a día, lo invita a dar su respuesta, a pronunciar su “sí” al Padre que lo está guiando.
En el centro del pasaje (vv. 2-3) nos encontramos con las promesas de Dios, quien no habla sino de bendiciones desde el principio hasta fin. Cinco veces aparece este término y solo indirectamente se sugiere la maldición. La bendición se extiende a todas las familias de la tierra. Nótese bien, es una bendición sin condiciones, independiente de la respuesta o de la fidelidad del hombre. Dios promete, simplemente, hacer el bien.
En el contexto del libro del Génesis este dato es particularmente significativo por estar colocado después de la narración del pecado del hombre, después de que, en un audaz antropomorfismo, se haya afirmado: “Al ver el Señor que en la tierra crecía la maldad del hombre y que toda su actitud era siempre perversa, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó en el corazón” (Gn 6,5-6), y después de que, en Babel, los hombres habían incluso intentado escalar hasta el cielo.
Y esta es la respuesta de Dios al pecado: no la resignación, sino la llamada a Abrahán, la elección de un “elegido” (cf. Neh 9,7), de un siervo fiel a través del cual inaugurar una nueva historia de amor y hacer llegar su bendición a toda la humanidad.
Durante toda la escena Abrahán ha permanecido en silencio, no ha pronunciado una palabra, no ha pedido explicaciones, no ha hecho comentario alguno. Ha escuchado en silencio. El relato concluye con la anotación lacónica: “Abrahán marchó como le había dicho el Señor” (v. 4). Pocas palabras, pero las suficientes para expresar la adhesión completa del patriarca al proyecto de Dios y mostrar su total confianza en él. Es la actitud de escucha, de docilidad, de conversión, de disponibilidad a realizar “salidas” valientes que el Señor espera de todo creyente, especialmente durante la Cuaresma.


Salmo 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.


Segunda Lectura: 2 Timoteo 1,8b-10
8No te avergüences de dar testimonio de Dios, ni de mí, su prisionero; al contrario, con la fuerza que Dios te da comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por la Buena Noticia. 9Él nos salvó y llamó, destinándonos a ser santos, no por mérito de nuestras obras, sino por su propia iniciativa y gracia, que se nos concede desde la eternidad en nombre de Cristo Jesús 10y que se manifiesta ahora por la aparición de nuestro salvador Cristo Jesús; quien ha destruido la muerte e iluminado la vida inmortal por medio de la Buena Noticia. – Palabra de Dios

Timoteo es todavía muy joven cuando decide dedicar su vida al evangelio. Es un hombre bueno, aunque un poco tímido, y goza de la estima de todos. Cuando recibe esta carta es ya, desde hacía algunos años obispo de Éfeso, una de las mayores ciudades del imperio romano. Las cosas no van bien para las comunidades de toda la región: existen dificultades serias; han comenzado las primeras persecuciones; muchos cristianos se tambalean en su fe y comienzan por no acudir a los encuentros comunitarios y vuelven a poner sus ojos y sus intereses en los bienes de este mundo.
        En el pasaje de la lectura de hoy, el autor quiere animar a aquellos discípulos duramente probados. Les recuerda que la fidelidad a Cristo lleva consigo riesgos notables y muchos sufrimientos. Dios no suele conducir a los hombres por caminos cómodos. No ha sido fácil la vida de Abrahán ni tampoco lo han sido las de Cristo, Pablo y Timoteo. Tampoco lo será la vida de los cristianos.
        En la segunda parte de la lectura (vv. 9-10) viene puesto de relieve el hecho de que la vocación cristiana es completamente gratuita: los hombres no pueden hacer nada para merecerla, es puro don. Esta verdad debe despertar sentimientos de reconocimiento a Dios y una pronta adhesión a su llamada.

Evangelio: Mateo 17,1-9
1Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. 2Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. 3De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 4Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 5Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía: Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo. 6Al oírlo, los discípulos cayeron boca abajo temblando de mucho miedo. 7Jesús se acercó, los tocó y les dijo: ¡Levántense, no tengan miedo! 8Cuando levantaron la vista, solo vieron a Jesús. 9Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó: No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. – Palabra del Señor

Este pasaje se interpreta a veces como una breve anticipación de la experiencia del paraíso, concedida por Jesús a un grupo restringido de amigos para prepararlos a soportar la dura prueba de su pasión y muerte.
Es necesario ser muy circunspectos cuando nos acercamos a un texto evangélico porque, lo que a primera vista parece ser la crónica de un acontecimiento se revela, después de un examen más atento, como un texto de teología redactado según los cánones del lenguaje bíblico. El relato de la transfiguración de Jesús, referido casi idénticamente por Marcos, Mateo y Lucas, es un ejemplo.
Hoy nos viene propuesta la versión de Mateo. Comienza con una nota aparentemente irrelevante: “Seis días después”. ¿Después de qué? No viene dicho, pero probablemente se refiere al debate sobre la identidad de Jesús que tuvo lugar en la región de Cesárea de Felipe (cf. Mt 16,13-20). Uno se pregunta por qué Jesús tomó consigo solamente tres discípulos y por qué subió a un monte.
Comencemos por este último detalle. Es curioso, sobre todo en el evangelio de san Mateo, que cuando Jesús quiere decir algo verdaderamente importante sube a un monte: la última tentación tiene lugar en un monte (cf. Mt 4,8); las bienaventuranzas son proclamadas en un monte (cf. Mt 5,1); es en un monte donde se realiza la multiplicación de los panes (cf. Mt 15,29) y, al final del evangelio, cuando los discípulos se encuentran con el Resucitado y son enviados al mundo entero, están “en el monte que les había indicado Jesús” (Mt 28,16).
Basta recorrer las páginas del Antiguo Testamento para comprender tanta insistencia. El monte, en la Biblia como también en la mayoría de los pueblos antiguos, era el lugar del encuentro con Dios: fue en el Sinaí donde Moisés tuvo la manifestación de Dios y recibió la revelación que después transmitió a su pueblo, y fue en la cima del Oreb donde Elías tuvo el encuentro con el Señor. Es más: en Éxodo 24 leemos que Moisés subió “después de seis días” al monte, acompañado de Aarón, Nadab y Abihu (cf. Ex 24,1.9), y fue envuelto por una nube. En el monte, incluso su rostro se transfiguró por el esplendor de la gloria divina (cf. Ex 30,34). A la luz de estos textos queda claro el objetivo del evangelista: intenta presentar a Jesús como el nuevo Moisés, como el que entrega al nuevo pueblo, representado por los tres discípulos, la nueva ley; Jesús es la revelación definitiva de Dios.
El rostro resplandeciente y la ropa blanca como la luz (v.2). Estos son también motivos recurrentes en la Biblia. “Te revistes de belleza y esplendor. Te vistes de luz como de un manto” (Sal 104,1-2). Son imágenes con que viene afirmada la presencia de Dios en la persona de Jesús. Idéntico es el significado de la nube luminosa que envuelve a todos con su sombra (v. 5). En el libro del Éxodo se habla de una nube luminosa que protegía al pueblo de Israel en el desierto (cf. Ex 13,21), signo de la presencia de Dios que acompañaba a su pueblo en el camino. Cuando Moisés recibió la ley, el monte quedó envuelto en una nube (cf. Ex 24,15-16) y él descendió con el rostro resplandeciente (Ex 39,29-35). Nube y rostro resplandeciente son, por tanto, el reflejo de la presencia de Dios.
Sirviéndose de estas imágenes Mateo afirma que Pedro, Santiago y Juan, en un momento particularmente significativo de sus vidas, han sido introducidos en el mundo de Dios y han gozado de una iluminación que les ha hecho comprender la verdadera identidad del Maestro y la meta de su camino: no había de ser el mesías glorioso que ellos esperaban, sino un mesías que, después de un duro conflicto con el poder religioso, sería hostigado, perseguido y matado. Se han dado cuenta también de que sus destinos personales no serían diferentes del destino del Maestro.
La voz del cielo (v. 5). Es una expresión literaria utilizada frecuentemente por los rabinos cuando, para concluir una larga discusión sobre un tema, querían presentar el pensamiento de Dios.
El argumento del capítulo precedente (cf. Mt 16) había versado sobre la identidad de Jesús. El mismo Maestro había abierto el debate con la pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mt 16,13). Después de exponer las distintas opiniones, los apóstoles, por boca de Pedro, habían manifestado su convicción: él era el esperado mesías. La voz del cielo declara ahora el parecer de Dios: “Jesús es el predilecto”, el siervo fiel en el que se complace el Señor (cf. Is 42,1).
Ya en el momento de su bautismo fue oída esta “voz” pronunciando las mismas palabras: Este es mi Hijo predilecto” (Mt 3,17); ahora, se añade la exhortación: “¡Escúchenle!”. Escúchenle aun cuando parezca que propone caminos demasiado comprometidos, estrechos y escabrosos, elecciones paradójicas y humanamente absurdas.
En la Biblia, el verbo “escuchar” no significa solo “oír” sino que frecuentemente equivale a “obedecer” (cf. Ex 6,12; Mt 18,15-16). La recomendación que el Padre dirige a Pedro, Santiago y Juan y, a través de ellos, a todos los discípulos, es de “poner en práctica” lo que Jesús enseña. Es una invitación a orientar la vida de acuerdo con las propuestas de las bienaventuranzas.
¿Quiénes son Moisés y Elías? El primero es quien ha dado la ley a su pueblo; el otro era considerado como el primero de los profetas. Estos dos personajes representaban las sagradas Escrituras para los israelitas. Todos los libros santos de Israel tienen el objetivo de dialogar con Jesús, están orientados hacia él. Sin Jesús, el Antiguo Testamento es incomprensible, pero también Jesús permanece en el misterio sin el Antiguo Testamento. En el día de Pascua, para hacer comprender a sus discípulos el significado de su muerte y resurrección, Jesús recurre al Antiguo Testamento: “Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él” (Lc 24,27).
El significado de la imagen de las tres tiendas no es fácil de determinar. Ciertamente hacen referencia al camino del éxodo e indican, quizás, el deseo de Pedro de pararse para perpetuar el gozo experimentado en un momento de intimidad espiritual con el Maestro. Quien construye una tienda intenta fijar su morada en un lugar y no moverse, al menos por un cierto tiempo. Jesús, por el contrario, está siempre de camino: se dirige a una meta y los discípulos deben seguirle.
Nuestra misma experiencia espiritual nos puede ayudar a entenderlo mejor: después de haber dialogado largamente con Dios, no deseamos volver a la rutina de cada día. Los problemas, conflictos sociales, divisiones familiares, los dramas que tenemos que afrontar nos dan miedo; sabemos, sin embargo, que la escucha de la palabra de Dios no lo es todo. No podemos pasar la vida en la iglesia ni en los oasis de retiros espirituales: es necesario salir para servir a los hermanos, para ayudar a quien sufre, para estar cerca de quien tiene necesidad de amor.
Después de haber descubierto en la oración el camino a recorrer, es necesario seguir a Cristo que sube a Jerusalén para dar la vida.
Resumamos el significado de la escena: todo el Antiguo Testamento (Moisés y Elías) cobra su significado en Jesús, pero Pedro no sabe el significado lo que está sucediendo.
Aunque proclame de palabra que Jesús es “el Cristo” (cf. Mt 16,16), sigue totalmente convencido de que sea solamente un gran personaje, un hombre del nivel de Moisés y Elías, por esto sugiere que se construyan tres tiendas iguales.
Interviene Dios para corregir esta falsa interpretación de Pedro: Jesús no es solo un gran legislador o un simple profeta sino el “Hijo predilecto” del Padre.
Los tres personajes no pueden ya continuar juntos: Jesús se destaca netamente de los otros dos, es absolutamente superior. Israel había escuchado la voz del Señor a través de Moisés y los profetas. Ahora, esta voz –declara el Padre– llega a los hombres a través de Cristo. Es a él y solo a él a quien los discípulos deben escuchar, por eso el relato hace notar que, cuando los tres discípulos abren los ojos, no ven a otro que Jesús. Moisés y Elías han desaparecido, han cumplido ya su misión, es decir, han presentado el Mesías, el nuevo legislador, el nuevo profeta, al mundo.
Se ha realizado de modo sorprendente la promesa hecha por Moisés al pueblo antes de morir: “El Señor tu Dios te suscitará un profeta como yo, lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos; y es a él a quien escucharán” (Dt 18,15).